Una de las cosas que peor llevo en esta vida es la ingratitud, la historia esa del colega de siempre que te vende su amistad con altibajos y te enreda en sus asuntos en clave de tuya/mía con el componente exclusivo de darte de comer –si y sólo si–. Y tú te vuelcas en un a deshoras –porque es tu colega y, claro...–. El final es siempre de puñalada y reproches, volcando sobre tus hombros un sentimiento cabrón de culpa que se lleva con dificultad... La ingratitud, maldito tesoro que se esconde en la amistad más rijosa... Y como ya no contemporizo, pues que sopeso la amistad en una balanza y en el plato jodido pongo la ingratitud, y no merece la pena. El colega debe seguir siendo el colega, pero a partir de ahora con el asterisco de que los negocios van aparte: para las copas, juntos; para el trabajo, soy empresa... que en la separación de poderes arde mejor la amistad más democrática... sin confundirnos, cada uno a lo suyo y los dos a lo nuestro.
Bitácora de Luis Felipe Comendador