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Mostrando entradas de 2022

RAP PARA MARIO

RAP PARA MARIO No sé cómo explicarte lo que siento Ahora que estoy de lleno en mi descenso Y esto se acaba, Yo sé que esto se acaba Y no quiero marcharme dejándote una nada. Rapeo por si acaso no te gusta Leerte en mi diario y si te asusta Que en versos ajustados a la norma Tengas que conocerme. De esta forma, Que es más de calle trece que la mía, Voy a contarte, Mario, lo que un día Hiciste de este tipo desastrado, A veces caprichoso y a veces desbordado: Yo era feliz sin más, o eso creía, Dejándome llevar por la poesía, Sabiendo que era falso casi todo Y riéndome, sin más. Era mi modo Jugar a ser bufón y, entre los popes, Decir las cosas claras. Hubo golpes, Que todo hay que decirlo, golpes bajos, Que supe digerir. En mis legajos De aquellos tiempos quedaron escritos Palabra por palabra y muchos gritos. También triunfé, que no todo fue malo Y di algún que otro palo.   ¡Que bueno!   Pasados unos años, Jugando a ser oveja en el rebaño, Dejé una vida hecha, o eso creía, Hijos, un curro
Le hablé con cierto desprecio, lo admito, de la joven poesía y se enfadó. Él, que nunca se había enfadado conmigo, se enfadó porque le dije que no tenían raíz y no dejaban poso con esas patochadas cortadas intentando simular versos o con esa modernez absurda de la micropoesía (pero si eso ya estaba inventado desde el Marcial epigramático o el mismísimo Meleagro). Un infierno sin llama siquiera es la poesía joven, le dije. Se enfadó y me dijo que debiera leer con más atención a los jóvenes, que yo también fui joven y escribía, y que no lo hacía mal. Y me dio rabia no contestarle, porque no le contesté… Es verdad que yo escribía mucho con dieciocho o veinte años, y creía entonces que lo hacía de forma más o menos aceptable hasta que publiqué mi primer libro con cuarenta y cinco tacos, un primer libro que me dejó preñadito de vergüenza ajena, mi mayor error literario, pero con un enorme resultado positivo, ya que la vergüenza me llevó a formarme con hambre, a leer con verdadera pasión tod

DÍAS DE HOSPITAL

Tener que pasar por un hospital a/por lo que sea es una experiencia agotadora que te detrae del tedío diario como un golpe en el mentón… Los nervios del viaje a medianoche, que son como un vértigo constante, la entrada que acojona al monstruo de hormigón empastichado de enormes letreros luminosos… UNIDAD DEL CANCER, URGENCIAS, MEDICINA NUCLEAR, DIÁLISIS… Y ese darte de alta hospitalaria… Luego el maravilloso igualarse por abajo en el desnudo y la bata hospitalaria que te deja suponiendo un pequeño holocuasto resumido en un ‘quedo en sus manos’ que se ajusta entre cierta fe y un miedo inexpresable. Medio afiambardo, te retiran los lazos familiares y te llevan a una soledad de seres superiores que hablan otro lenguaje que no entiendes… Fe y un miedo inexpresable, ya te digo. Y llega el tiempo de la espera (desesperante, exasperante)… Hora tras hora sin noticias junto a otros ‘sin noticias’ que poco a poco anulan la distancia, creando una pequeña comunidad que empieza con miradas y sonris

LAS JODIDAS ARTES GRÁFICAS...

Desde hace años soy propietario de una imprenta clásica a la que fui sumando con mucho esfuerzo económico nuevas tecnologías. La imprenta dio vida durante mucho tiempo a siete familias de forma directa y a otras muchas de forma indirecta, pero las distintas crisis y las nuevas formas feroces de grandes corporaciones consiguieron que al día de hoy sea solo una forma de supervivencia cargada de deudas y gabelas que no da para dar de comer a las dos personas que permanecemos trabajando a diario. Fuera de los graves impagos de clientes que nos dejaron heridos de gravedad hace unos años, hay ciertas circunstancias perversas que están destruyendo el sector con fiereza: –       Las instituciones han sustituido el papel por esa moda ‘on line’ tan fría y tan llena de dificultades para los usuarios, animados, eso sí, por el lógico furor ecológico (con el que estoy absolutamente de acuerdo), pero sin aportarnos soluciones a la pérdida bestial de negocio que ello ha supuesto (se ayuda a la banca,

Pasar de vivir a sobrevivir

Pasar de vivir a sobrevivir debe ser un trago difícil. En 2003 yo tenía un negocio boyante de puericultura y ropa infantil. Iba francamente bien y, ilusionado por aquella marcha positiva, invertía todos mis beneficios en mejorar la oferta que daba a mis clientes. Aquel año acababa de recibir todos los pedidos de temporada –hice una apuesta fuerte de compras–, tanto de ropa infantil como de puericultura, y lo pagué con todos los ahorros que había venido acumulando en los meses anteriores. Dos circunstancias negativas sucedieron a la vez: comenzó la guerra de Irak con la consecuente crisis económica y el aparato político sanitario de Castilla y León eliminó la sala de partos comarcal que había en Béjar… Me quedé con todo el material comprado y sin un clavel. Siempre fui positivo y comencé a buscarle las vueltas al trabajo, intentando acercarlo a mis gustos personales con la finalidad de sentirme algo más feliz, y, después de muchas vueltas y mucho esfuerzo, compré una imprenta a medias

SIN PALABRAS

 

Estamos en el final de un paradigma

Miro la prensa del día y me desmadejo al percibir netamente cómo evoluciona la destrucción del sistema decadente en el que nos ha tocado vivir. El capitalismo globalizado, lo dije hace mucho tiempo y lo mantengo, está en un proceso de autoeliminación que le lleva inexorablemente, tarde o temprano, a su desaparición como paradigma, produciendo eso que siempre ha supuesto el fin de las más grandes civilizaciones, que no es otra cosa que dolor, un insufrible dolor. Mirad la Historia y seréis capaces de percibir que estamos en el final de un ciclo, en el peligroso final de un ciclo par al que ya sufrieron las distintas civilizaciones imperantes en otros tiempos. Recordad, por quedarnos en lo cercano, que hubo una época en la que en España no se ponía el Sol hasta que llegó la sombra. Vivir un proceso de ruptura hegemónica es una mala suerte que nos ha tocado vivir y que les va a tocar padecer a nuestras futuras generaciones (con tristeza inabarcable pienso en mis hijos y en mis nietos), y
Volver desde el aprecio desmedido, desde los brazos abiertos, desde el respeto admirado…, hasta este no ser nada resulta un poco duro. Y es que ser y no ser a la vez es algo complicado de llevar. Me siento a procesar todos estos días y sé con claridad quién soy, independientemente de quién parezca. Percibo bien enfocado en qué debo seguir y cómo debo hacerlo, pero no me quito del centro de mi estómago esa sensación agria de este ‘no ser’ aquí, entre la gente que me ha visto crecer, caer y levantarme tantas veces. Muchas veces he dicho que el verbo ‘merecer’ habría que eliminarlo del diccionario, porque es un verbo clasista, competitivo y negativo hasta en su acepción más positiva. ‘Entender’ debiera ser el verbo preciso, y a mí me gustaría ser ‘entendido’ allá y aquí, donde me quieren y donde me niegan, donde piensan que me deben algo (no me deben nada de nada) y donde lo debo todo. Procesar ser parte de un ‘top’ absurdo y ser a la vez una dolorosa nada, es muy difícil a ratitos, pero

SER UN JODIDO DIOS MENOR

Ser un jodido dios menor de tu entorno es una mierda pinchá en un palo. Todo se soporta en ti, el rey de los solucionarios, el que sonríe siempre, el del constante ‘nopasanada’ ante cualquier torcedura pequeña o grande, mediana o sin medianar; el que aporta seguridad ante cualquier circunstancia, el ‘siempredisponible’… Y ese peso constante se queratiniza, dejando una costra de ti que es lo que otros ven y con la que conforman su opinión sobre ti… Un tipo fuerte, enconado en lo suyo, resolutivo, alegre, locuaz, irreductible, capaz…   El problema surge cuando el dios menor flojea, porque no es un dios ni es nada especial ni mejor que los demás, y de pronto se le saltan las lágrimas sin más porque no puede con todo y necesitaría otro dios menor en el que apoyarse -que no existe-, pero todos, al verle llorar, piensan que ríe y persisten en seguir sumando peso a sus espaldas… Cuando esto sucede… Cuando esto me sucede, me encierro en mí mismo y a la vez me encierro físicamente en mi estudio

Entre la mediocridad y el consentimiento

Vivir entre la mediocridad y el consentimiento viene siendo tan endémico como el virus corona y sus peores variables de nombres griegos, y eso nos hace miserables por mirada corta y víctimas absurdas por dejación social. Ahora que la ‘verdad’ es la mentira con más ‘follogüers’, resulta que es cuando empezamos a vivir en el estado crítico que anuncia el comienzo de un final, un final seguro y cabrón que pasamos por alto sin más, porque no hay wifi o porque no hay cobertura o porque lo irreal –lo virtual­– se torna realidad sin más en el peor proceso alienatorio que ha sufrido la especie bípeda desde el primer sapiens, dejando pequeña a la propaganda del peor comunismo y al lavacerebros asesino del peor fascismo. Hoy, mientras el hombre es el peor enemigo del hombre, aún cabría una pequeña posibilidad de respuesta contra la degradación sistemática en la que nos han metido –por mediocridad y consentimiento propios, no lo olvidemos– quienes tienen como poder de supervillanos el uso efectiv