Pasar de vivir a sobrevivir debe ser un trago difícil. En 2003 yo tenía un negocio boyante de puericultura y ropa infantil. Iba francamente bien y, ilusionado por aquella marcha positiva, invertía todos mis beneficios en mejorar la oferta que daba a mis clientes. Aquel año acababa de recibir todos los pedidos de temporada –hice una apuesta fuerte de compras–, tanto de ropa infantil como de puericultura, y lo pagué con todos los ahorros que había venido acumulando en los meses anteriores. Dos circunstancias negativas sucedieron a la vez: comenzó la guerra de Irak con la consecuente crisis económica y el aparato político sanitario de Castilla y León eliminó la sala de partos comarcal que había en Béjar… Me quedé con todo el material comprado y sin un clavel. Siempre fui positivo y comencé a buscarle las vueltas al trabajo, intentando acercarlo a mis gustos personales con la finalidad de sentirme algo más feliz, y, después de muchas vueltas y mucho esfuerzo, compré una imprenta a medias con un socio, heredando a sus trabajadores. El futuro se veía bonito con seis personas trabajando duro y con ilusión. Monté una pequeña editorial literaria y no faltaba nunca el trabajo, pero llegó la que se llamó ‘la depresión económica española’, que desde 2008 hasta 2014 nos machacó en un goteo inexorable lleno de impagos de clientes y de merma de trabajo, y de ahí en adelante otras crisis tremendas que propiciaron despidos durísimos de llevar y una acuciante falta de recursos para sostener la empresa. Mi última bala la gasté en comprar la parte de la imprenta de mi socio como pude y en dejarme llevar hasta nuestros días por los vaivenes económicos externos e internos. En estos días sigo siendo positivo, porque esa actitud ya pertenece a mi filosofía de vida, pero las fuerzas ya no dan para cambios y simplemente me amoldo a lo que venga con actitud y con enormes deudas contraídas por acciones ajenas y por graves impagos. Relato esto después de empezar mi texto con ese ‘pasar de vivir a sobrevivir debe ser un trago difícil’, porque viendo los últimos sucesos mundiales sé a ciencia cierta que yo estoy ‘viviendo’ y no sobreviviendo, que estoy vivo y lo siento cada mañana al despertar con intensidad y con fuerza, que hago verdaderamente lo que me apetece y como me apetece, y que he aprendido a discernir entre las ‘deudas’ feroces del sistema y las ‘deudas’ afectivas y humanistas. No soy ni un triunfador ni un acomodado, pero sé con quién debo compararme cada día para sentirme bien con lo que tengo y con lo que hago. La ferocidad de un misil absurdo, la azarosa lava de un volcán, el viento y el agua de una DANA…, son más cura de orgullo que los números cuadrando y los intereses de demora. Tenías hace un segundo todo lo que te hacía creer ‘seguro’ –casa, coche, tele, ordenador con internet, calefacción, agua, alimentos, vacaciones–… Y en un instante ya no tienes nada, ni deudas siquiera, y tienes que volver a ganarte el día a día como lo hacían hombres de hace 500 años o, a que ir tan lejos, toda la ingente masa de pobres extremos de hoy… Salir a por la comida del día, a por el agua del día, a por el refugio del frío y la noche… Pasar de vivir a sobrevivir debe ser un trago difícil, muy difícil… y lo tenemos ahí, al ladito.
Pues eso.
Y tan al ladito. Las colas del hambre crecen cada día y no pasa nada.
ResponderEliminarHay gente que en su casa no puede ni encender la luz y sigue sin pasar nada.
Sobrevivir es un desastre.
Un abrazo.