Como violar a una muchacha virgen o como profanar un santuario ha sido el viaje de esta tarde junto a Antonio Garrido para visitar la casa de Aníbal Núñez. Habíamos quedado con Fernando R. de la Flor y Germán en El Pato rojo, se produjo el encuentro y, tras un café rápido, corrimos hasta la casa del poeta. Nos recibió Julia, su sobrina, que estaba con una amiga y tenía el mandato de la madre de Aníbal de vigilar nuestra visita y de anotar cuidadosamente cada uno de los objetos que nos lleváramos.
Fue entrar en otro mundo penetrar aquella puerta, entrar en los años setenta otra vez, pero en unos años setenta de hambre creativa y delicias turcas, de querer saber y tener que hacerlo de forma semiclandestina... Libros antiguos por todos los rincones, primeras ediciones, fotos deliciosas realizadas por el padre de Aníbal –uno de lo más destacados fotógrafos salmantinos–, esculturas, imágenes de un mundo extraño y tremendamente cercano, paredes y techos negros, muebles ahogados por libros y objetos infinitos.
La habitación de Aníbal aún se conserva como cuando el poeta marchó, con su trenka marrón colgada sobre la puerta, con un maravilloso desorden por mesas y anaqueles y con la cama a medio hacer; sobre ella fui extendiendo carpetas llenas de dibujos y pinturas, de escorzos femeninos y de intentos pop, de aníbales auténticos y de ensayos al más puro estilo Tapies.... La casa de un poeta, de un pintor, de un creador anárquico y sobresaliente... y yo enredando entre sus cosas, mirando el bellísimo cuadro de su madro o enfrentándome a sus ojos en una foto de perfecto corte romántico. Olía a vida, a pasión, a lucha, a rabia, a inquietud, a besos... olía a soledad... Y yo enredando entre sus cosas con ganas de gritar y sonreír, con ganas de llorar a lágrima viva por esa falta indescriptible hecha presencia física en unos gestos antiguos, en una mirada robada al tiempo o en palabras escritas con prisa y desamparo.
Hoy me he sentido muy feliz... y muy triste.
Gracias a Fernando y a Angelita, a Germán y a Julia, a Antonio Garrido.
Cinco años perdiéndome por Salamanca y aun quedan rincones desconocidos como la casa del poeta.
ResponderEliminarSorprendente siempre!
Clifor, no dejes de intentar una visita. Probablemente te resulte difícil conseguirla, pero habrá merecido la pena.
ResponderEliminarBye
Lo intentaré, claro.
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