Ir al contenido principal

Juhani Aho


Esta tarde, mientras trabajaba en mi estudio en el absurdo de una revista publicitaria, pensaba en cómo atraparía mejor esta sensación de tedio y de vida perdida que sobreviene mientras me dedico al estúpido arte de sobrevivir. Quizás en un poema, me dije, un poema que actúe como solucionario y como espejo del drama pequeño, un poema que consiga que mi inutilidad se torne útil. De ello he tomado conciencia, y ahora me amparo –me conformo, mejor dicho– para otorgarle un valor positivo a lo que no lo tiene. Debo engañarme cada día y decirme con convicción que actúo como poeta en cada segundo de prosaísmo que se suma al siguiente... ¿Y me perdonará la poesía que la tome y la practique como justificación o como mentira piadosa?, ¿se hará patente en mi letra el impás en el que me encuentro? Ahora no me llama la poesía, no me busca... soy yo quien la persige como un náufrago o como un amante sin su par.
A veces la sentí apremiante, noté su ardor y hasta llegué a odiarla por sus insistencia... Hoy la encuentro indispensable y huida.
Debo reconocer que he andado enredando en mis primeros cuadernos de poemas y que tal aventura me ha resultado muy negativa, pues he visto con nitidez que he nadado siempre en un monotema y he terminado ahogándome en él. Siempre el mismo poema, siempre, siempre...
(22:31 horas) Quizás necesite buscar un nuevo punto de arranque desde el que buscar, dar por finalizado un ciclo, morir un poco... y que vuelva a fluir la candidez para encontrar las ganas y esa sensibilidad renovada que me haga regresar al poema.
Y recuerdo de pronto que ayer me llamó el colega Marino (de «La Luna de Mérida») para pedirme un monólogo sobre Areúsa con el fin de ser representado entre chavales de institutos y para hablarme del poeta suicida Carlos Obregón, por el que mostraba gran interés. Al primer toque no recordé, pero cuando miré mi archivo de poetas suicidas, caí enseguida en la cuenta de que a Carlos le había dedicado un porma en «Paraísos del suicida» y que guardo algo de información sobre su vida y su obra. Voy a llamar ahora a Marino para explicárselo y le enviaré un mail con la información que tengo sobre Carlos.

Comentarios

  1. Está bien lo que dices de morir un poco para volver. Así evitarás esa rara muerte en vida de muchos poetas que no pueden seguir escribiendo cuando viejos... recuerda, por ejemplo, a Jaim Gil de Biedma que dejó de escribir poesía, explícitamente, después de los 40. En fin te invito a visitar mi página si es que te interesa rondar temas de poesía y poetas: http://poesiaypoetas.blogspot.com/
    Un saludo,
    Juan Pablo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj