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Henrik Gabriel Porthan


Día de libros. Anoto y agradezco envío de José María Cumbreño Espada –gozo sus poemas siempre, porque son asesados y rematan– de «Cuatro poetas en un tobogán», editado por la Asociación Cultural Littera; «La devastación. La imaginación de la bestia», de Félix Hangelini, editado y enviado por la Fundación Jorge Guillén (gracias, colega Antonio Piedra); y dos joyas que tenía pedidas y que me han llegado hoy: «Elogio de la poligamia» de Charles Fourier y «Utopía. El Estado perfecto», de Tomás Moro.
Ya tengo lectura para unos días y, quién sabe, quizás hasta preguntas sin respuesta.
(22:05 horas) Sentir pasión por alguien o por algo es deliciosamente doloroso. Siempre el final muestra un intenso dolor que ya se presentía en el camino... pero apasionarse es magnífico, y más cuando el objeto de tu pasión no sabe de ella y, por tanto, no puede humillarte con un gesto o con la desposesión.
Que algo no te sea indiferente es vivir en ello.
[Cómo me contradigo de un día para otro, pero tengo vitalidad de pensamiento, y eso es lo que realmente me importa. Amar, sentir, estar solo, hacerse preguntas, sentir una pasión irrefrenable... Vivir, al fin y al cabo, en la contradicción continua y no ser diletante].
Ahora siento que hay que luchar por una desintegración total de la sociedad, pues no hay forma mejor de conseguir que vuelva a afirmarse la individualidad con fuerza para ser capaz de estructurar un mundo distinto –y hablar de «distinto» ya es hablar de «mejor»–. Un magnífico ejemplo lo tenemos en el Renacimiento, que fue encendido por una desintegración de las estructuras sociales, y de aquel viento creció un pensamiento crítico capaz de cambiar el mundo con la puesta en valor del individuo sobre el grupo, lo que llevó a un desarrollo inimaginable del arte y de la ciencia y a romper con unidades tan perniciosas como la del mundo cristiano de la época.
Hay que dividir a la fiera para que empiece a desaparecer.
A peor no vamos a ir.

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