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Nos vemos en el Cielo...


Dormir más de lo acostumbrado me fatiga y me deja el cuerpo como un saco de huesos sensibles a cualquier roce e incómodos en cualquier postura. Hoy me he pasado dos horas y media de mi norma y ya lo estoy pagando: astenia, sensación de edad tardía, dolor de riñones, vejiga a punto de estallar, cabeza embotada, mirada gruesa… todo un compendio de ‘juventud’, vamos. Hasta me han dolido los besos vespertinos de mis hijos, y mira que me gustan, porque son poderosos, vitales, espabiladores y riquísimos… pero hoy han sido como espinitas puñeteras.
Este modelo de día que empieza con alguna hora más de sueño es para tirarlo a la basurita.
Pero sigo en mis trece, persevero en gozar a tope el tiempo de regalo [que es justo el que me queda]. Ayer lo hablaba con mis cuñados Antonio y Francisco y yo creo que me tomaban a chanza cuando yo estaba hablando totalmente en serio, cuando yo les planteaba en tres trazos mi entera filosofía de vida… y casi les decía que sus vidas son de vejez absoluta, con ese componente anciano de ‘guardar’ y no gozar, de quejarse y ‘no hacer’.

Mi teoría es simple y, en lo que a mí me toca, no admite enredos dialécticos ni esas vueltas de filósofo a la contra que tanto frencuenta Antonio: La esperanza natural de vida del animal humano alcanza como mucho hasta los cuarenta años con esas garantías físicas y mentales que te hacen sentirte vivo de verdad. Si no mueres a esa edad, comienza el descenso, un tiempo en el que muchos hombres sufren y se amarran al recuerdo de lo que fue esplendor mal aprovechado.
Yo, sin embargo, consciente de mis faltas [alguien lo llamó ‘manque’ una vez] y de mis pérdidas, he comprendido que lo que me resta es tiempo regalado… y, por tanto, tiempo para el riesgo, para el gasto voraz de lo que te viene quedando, para la experimentación, para el peligro y, por qué no, Antonio, para hacer el amor con esa serenidad tranquila del deseo bien gestionado. Y es que en este tiempo ‘cadeaux’ es el deseo lo que se mantiene con la intensidad impoluta y, para mi suerte, la pareja funciona en clave de madurez y ya sin miedo ni esas cuitas postadolescentes del hermoso pudor [que tiene su tiempo medido… y ya pasado].

Hacer el amor cuando te apetece con la mujer que te conoce de verdad es arruinarle los planes a ese destino impreso que bien podría definirse como lento y triste acabamiento.
En la edad regalada hay que lograr que cada instante sea intenso, extremando el deleite de lo que más te guste: fumar, leer, viajar, charlar, follar, comer, beber… sin hacer esa lista de extraños conservantes que te hacen infeliz y miedoso: que si el colesterol, que si las pastillitas para tus mil dolores pequeños, que si andar veinte minutos diarios para tomar el tono cardiaco y muscular, que si el sol, que si el frío, que si… Eso no es vida, y menos cuando la que vives es regalada.
Sé también que mi discurso tiene mil respuestas de carácter conservador [es curioso cómo la edad nos hace conservadores por miedosos], pero esas respuestas no me sirven, ya que he decidido hace tiempo no tenerlas en cuenta por enredadas y retóricas… y también por falsas: Morir es la verdad y hasta su toma de valor cualquier decisión es puro decorado… y yo, como decorado, prefiero el del hedonista… gozar en la medida de mis posibilidades hasta el final y reírme de la miseria de los ‘conservadores’ que hacen de su resta un universo triste.
Yo me vengo quedando últimamente con el ‘hecho’ y regalo el ‘valor’ a quien lo quiera. ‘Carpe diem’, sin más… y un sonriente ‘nos vemos en el Cielo’.
(22:41 horas) Celebramos por segunda vez [en Palomares] en dos semanas el cumpleaños de Magdalena [sería para ver si se acababa de enterar la mujercita]. Calor hasta el aplanamiento total con paella incluida, tintito de verano by Casera [malo de morirse y con más espuma que espantao], tuneo Gironella [no lo acabo ni a empujones] y conversación cipotona al modo ‘cuñados’ [metido en materia dije varias burradas y me quedé tan fresco]. Fue el recurrente tema de la enseñanza que tanto les preocupa [es su negocio] y a mí tanto me molesta… con los lugares comunes de siempre sobre la responsabilidad, la profesionalidad y el tira y afloja de sobre qué hombros debe de caer esa carga jodida y bien seria.
No tengo ganas de meterme en retorcidas explicaciones esta noche, aunque en una entrada pasada ya me expresé con claridad y contundencia. Sólo decir que el personal trabaja más por dinero que por vocación, que los planes de estudios son una puta mierda y que si al día de hoy se exigiera una prueba seria y fundada al personal de tropa enseñante, creo que no la pasaría con éxito ni un diez por ciento de los zorolos con mando en plaza.
Yo sólo sé que si hago un trabajo mal en mi imprenta, mi cliente no me paga, tengo que tirar el curro a la basura y repetirlo… Pues eso, coño.
De Tontopoemas ©...

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