Ir al contenido principal

Adiós, Loli.


Salamanca era una postal tristísima... lástima de cámara, coño.


Los viajes iniciáticos llegan a veces a contrapelo, como las canas nuevas o los gansos en formación volando alto.  Ayer, hasta el mediodía, fue una jornada anodina y hasta feliz por momentos, pero todo se torció a eso de las tres y cuarto, cuando oí cómo se abría de golpe la puerta de la imprenta y sonaba mi nombre... ‘¡Felipeee!’. Yo reconocí la voz de Ricardo y contesté sin ganas, como siempre a estas horas de postsiesta... ‘hola,  Richi, aquí estoy’... pero volví a oír mi nombre pronunciado con cierta agitación... ‘¡Felipeeeee!’... y salí hasta la puerta para ver qué sucedía. Ricardo estaba vivamente emocionado y algo desastrado, como si se hubiera levantado de golpe de una siesta mal dormida... tenía los ojos inyectados de lágrimas y se movía nervioso de un lado a otro... ‘Felipe, tío, creo que se ha muerto mi madre!’... y me quedé helado, quieto, sin saber qué hacer ni qué decir... tan solo se me ocurrió pedirle calma y que viajara con tranquilidad, pues su disposición urgente fue la de tomar el coche para ir hasta la casa familiar... y así se torció la tarde al completo, una tarde en la que sentí a mi amigo Ricardo vulnerable por primera vez, golpeado duramente por la muerte que roza y lo destroza todo.
Tiré la tarde en hacer calendarios junto a mi gente, mientras evocaba en silencio la imagen de Loli, que había estado en estas mismas estancias hacía solo tres o cuatro días... recuerdo que le di un beso y le pregunté por su salud... ‘Como siempre, hijo, con este hombro que no me deja moverme como quiero, pero bien por lo demás... ¿y vosotros?... ¿todos bien?’... recuerdo que le presenté a mi hijo Felipe, al que elogió como una abuela linda, y luego fue a hacer unas compras a la Calle Mayor, –lo dijo en alto antes de salir de la imprenta–... y ya no he vuelto a verla, coño. Loli siempre me ha recordado a mi madre... una mujer sencilla y fuerte, una madre al completo que, entre dulzura y amor entero, se ha dedicado a hacer comidas, camas, compras en el mercado... su sonrisa era especial, igual que su pausa al hablar, que dejaba siempre un halo de tranquilidad y confianza capaz de conseguir que todo pareciese siempre fácil... y le daba a los calendarios como un autómata para olvidar el jodido suceso, colocaba faldillas en línea, ponía adhesivo, pegaba láminas... así hasta que llegó la noche y caí agotado en mi cama.
Y por la mañana llegó el viaje iniciático. Acompañado de Juan Carlos, Juanito, Jacinto y Pablo, viajamos en el coche del último hasta Gema, el pueblito zamorano donde habita la familia Luis Moral... todo eran nubes negras bajo la velocidad de bólido que Pablo le imprimía a su coche, nubes negras que se confabularon para dejarnos una postal bellísima a nuestro paso por Salamanca... la ciudad entre brumas y un arco iris delicioso marcándonos el camino –no suelo llevar mi cámara a las despedidas cabronas, y confieso que me dio rabia, pero mi móvil hizo su trabajo fotero dejándome algunas estampas mediocres de la mirada–... pasamos la cárcel de Topas como una metáfora de este tiempo torcido y llegamos a Gema, un pueblo extendido entre viñedos y bodegas con la extraña peculiaridad de mezclar de forma rara la piedra de Villamayor con el adobe... casas viejas junto a otras pretenciosas y absolutamente disonantes en el conjunto urbano, una iglesia notable –también de piedra de Villamayor– con dos hermosos confesionarios y más de un toque entre chic y hortera mesetario, el bar cerrado hasta que dieron las doce y una colección hermosísima de placas oxidadas de casas de seguros sobre los portales –las habría robado todas si hubiera tenido medio gen hurtero–... y el proceso de despedida de Loli, muy emotivo, con algunos rastros de esas antiguas ceremonias rurales de la muerte... cura en la calle responsando, viejito con cruz vestida, ancianas ordenando el rito y dando normas a los presentes para una buena despedida... pasamanos dentro de la iglesia (toqué el ataúd de Loli para darle un adiós cercano y lleno de cariño), abrazos sentidos a José y a Ricardo y adiós eterno y definitivo a una madre hermosa que nos dejó tristes y más solos.
La vuelta fue tan vertiginosa como la ida, pero sin arco iris y con el recuerdo amargo de José y sus hijos.
La vida sigue –imagino– y Loli deja una vida hecha en la que, por lo que me consta, ha dejado un hermoso rastro de bondad que no olvidaremos quienes la conocimos poquito o mucho.
Buen viaje, Loli guapa.





Restos de un naufragio.

Se vende casa y monte.



De vuelta a casa.

Comentarios

  1. Haces que la muerte parezca tan natural como lo que es. Dale un abrazo fuerte de mi parte a Ricardo. No quiero ni pensar en lo que siente, aunque sea natural.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj