Ando como perdido en un día festivo que no parece festivo, sin algo que hacer, porque no me centro en nada, ni en la lectura, ni en la escritura, ni en esos garabatos que perpetro desde hace unos días... tengo ganas, pero no tengo ganas.
Así las cosas, después de meterme entre pecho y espalda un buen plato de calderillo bejarano (patatas con carne), comencé a dudar entre tomarme un café en PdT o salir a dar un paseo con mi cámara de fotos... la verdad es que los días festivos que se unen a un fin de semana no me apetece asomar por la cafetería, ya que está todo lleno de visitantes con prisa por comer y con prisa por salir a patear las calles (nunca un ratito para charlar), así que tiré monte arriba como embobado por las nubes primaverales de este año, que son realmente espectaculares. Yo paseo siempre con mi traje de calle, con lo que llevo puesto de diario, pero la gente que transita los mismos lugares va como si la cosa se tratara de subir al Everest... bastones, gorros de lana, gafas de montaña, botas aparatosísimas, forros polares y esas vestimentas que repelen el agua y el frío... ¡tíos, es primavera, coño¡... que estamos a 13 grados y, como mucho, puede caer un chaparroncillo que tiene más de alegría que de tristeza... y así nos miramos al cruzarnos... ellos pensando seguramente que yo estoy loco, caminando los montes con mis zapatos normalitos, con mi pantalón negro, con las gafas de leer sujetas en la cabeza como una diadema y con mi cámara colgada al hombro... y yo pensando de ellos que no están en el mundo real (un día me contó un tipo en uno de mis paseos que todo lo que llevaba para andar costaba más de mil quinientos euros)... a lo que iba, que me emborraché de nubes, de rayos de sol apareciendo como columnas desde el cielo e iluminando trocitos hermosísimos del paisaje... y me senté en un roquedal a mirarlo todo con la boca abierta como un chiquillo asombrado... y respiré como hacía meses que no respiraba... y me sentí fuera del mundo imbécil de los hombres mientras me repetía a mí mismo que estos neoliberales aún no han entendido de qué va la vida... y llegó hasta donde yo estaba un grupo de personas sudando y con una cara de cansancio preocupante (cada uno llevaría el peso de sus mil quinientos euros de ropa y accesorios, más una mochilona llena de lo que fuese)... les saludé y tomé camino al valle con hambre por ver las fotos que había hecho.
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