Estar como una piedra pequeñita en una ladera, dejada a la erosión... o como un helecho espiralándose bajo la sombra de un roble viejo... o como una uva demasiado madura... pero ‘estar’ y sonreír a pesar de ese trazo aluvial de los sucesos, o de la pisada apostada o sin apostar, o de ese sinzumo que te hace pasa.
Estar porque me da la gana, aunque no entienda nada, y demandar mi sitio aunque sea en el justo lugar donde cayó la última bomba... estar justo para que le moleste a quien no quiere que estés o para amar en absoluto silencio... estar para esperar y para desesperar, para sentir con calma que hay un trazo nucleico que ha de borrarlo todo –incluso a ellos–... estar para saturarse de no ser, para escuchar palabras que jamás debieron ser dichas, para borrar los actos de antes de ayer y empeñarse en otros nuevos... estar para que te dejen y te tomen, para que te reciban y te escupan, para que te acobarden y te crezcan... estar porque somos una arquitectura de huesos que se gastan, porque la boca aún genera saliva, porque el miembro crece y se desarma, porque hay edad para cumplir y años para dar, porque hay esperas pendientes y también prisas... estar porque es parte de la química y la física, porque llegarán miradas y deseos o porque a la tristeza quizás la tape alguna loca alegría.
Estar porque me apetece, porque hay amor que gastar en las pestañas, porque el músculo templa y se adocena a veces...
Estar porque tú también estás... quizás solo por eso... solo por eso.
Entre el ser y el estar discurre la existencia, querido Felipe. De la conciencia de ser nace la necesidad de estar, buscando el sitio, el tiempo, la compañía... en ello estamos todos, aunque no lo expresemos con tu acierto o con tu intensidad. Abrazos
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