Pájaros en el balcón y este ansia de octubres con chocolate y naranjas...
Y que huela a mirra, a copal y a pom sagrado, y que huela a tierra mojada, -ese olor especial de la tierra mojada de los países donde nunca llueve- y que sea todo un incendio interminable y castañas pilongas, necesidad y grillos, adolescencia y venas... subclavia, safena, yugular... o simplemente la golosa opulencia de un suave deslizarse... y un no sé qué de ombligo con iguanas y asterisco con llamada a pie de página...
Tú, lámpara inagotable, trasunto eterno de puntos y comas, linfa brutal que me transita, flamboyán que me ha crecido grande y robusto en la frente, lluvia copiosa y erosiva, marimba como de funeral, embriagado colibrí, plancton de los abrazos.... tú, que ensayas la palabra siempre antes de que resbale por tus labios, suéñame, porque he de morder uvas verdes con el filo quebrado de mis dientes y quiero dejar testimonio y todos mis papeles en regla, suéñame, porque he de morir solo cualquier día y todo habrá sido para nada...
Y en los montes cercanos graznaban cuervos solos en árboles altísimos, crecían nubes troposféricas confabulando truenos y granizos... y un viento manso ponía peso a todas las palabras pronunciadas...
Emplátame, ponme un punto de sal escamada y a servir.
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