Esta página ya la había leído en otro libro... lo mismo en otra vida, si es que las vidas de uno pueden ser otras vidas... el caso es que ya la había leído... y me dio por pensar cómo se tejen las ideas en mi cabeza, cómo desplazan su porte a las palabras y a los gestos, cómo se orinan los sueños sobre los cuencos de los ojos (los ojos solo se hacen cuencas cuando lloras)... y entonces me dispuse como a morir, porque hay horas en el día, minutos quizás, en las que estoy dispuesto a morir por bien o por mal, pero a morir... sí, las palabras son creadoras de silencio (cuando no de confusión), como el mundo del hombre, arrasado mil veces y vuelto a levantar... ves, no pasa nada. En dos o tres o cuatro o cinco o seis generaciones todo habrá cambiado... y no estarán los hombres amargos de ahora, aunque estarán otros a los que daremos la vida para que nos la destruyan... pero no estarán los hombres amargos de ahora, que es lo que a mí me importa, habrán muerto con sus cosas, y eso me alegra a veces, me alegra mucho saberlos a todos en ceniza o bajo tierra... y también resulta difícil abandonarse... y mira que a veces me apetece, pero es muy difícil no pelear en la primera línea de tu vida –algo despreciable para los demás, por otra parte–, aunque seas el último, que lo eres, el descartable, que lo eres, siempre intentas cumplir sin demasiadas razones, pero cumplir para saber si en algún momento te puede pertenecer el grito... pero la verdad es que andas sin rumbo de un lado para otro, y te dejas llevar porque la personalidad solo llega con el dinero y las cosas, y quieres ir a ellas, a las cosas, a él, al dinero... y se te olvida la personalidad... aunque una mañana te preguntes: ‘¿he hecho algo por los demás?’, y solo por preguntártelo te sientas impecable por unos segundo... en ti no hay relámpago, jamás lo hubo... y no dejarás mensaje alguno, ni falta que hace, ni falta que hace, ni falta que hace...
La Maga acababa de ponerle leche al gato en su platito... ya no estaba en la cabeza de Cortázar, porque Cortázar murió, a ver si te enteras... luego fue a la cocina y rectificó de sal el guisado que hacía chop-chop-chop sobre el fuego... y sonó una pelota botando allá abajo, al otro lado de la ventana... y la Maga dijo en alto: ‘no te vayas’, pero estaba sola, tan sola como yo ahora mismo, porque Ángel González también murió, sí, a pesar de que las salinas de Zipaquirá no hayan dejado de dar su sal desde entonces, a pesar de haber escrito algunos de los mejores poemas de mi tiempo... eso da igual, da igual ser el mejor poeta del mundo si acabas muriendo, da igual ser un habitante del sonido, un espejo para otros... si te mueres eres como una sardina o un pomelo... o menos, porque no eres comestible más que para los necrófagos.... oye, y llega Paco Castaño a visitarme, Paquito Castaño con su chica y su perrita, el Paquito Castaño de Valery, el de Horacio y Mallarmé, el de Catulo... Paquito jubilar y barbado, más natural que antes, más cercano... y tan poeta como siempre...‘Tengo miedo a que un día / me falte la tristeza...”... unas cokes, un chisme de panceta y unos abrazos fuertes para tapar el tiempo, este salto de tiempo desde el último día que nos vimos en un Madrid de noche... entonces era un rey, el más brillante, de memoria con hambre y verso suelto, maestro singular de la poesía como debe de ser... y aún sigue en ello, que al rato de su marcha leí con embeleso sus ‘vínculos y entregas’, un libro hecho... ‘La soledad no siempre es un castigo. / Castigo son las malas compañías”... y me quedé aturdido pensando en que hubo un tiempo de cuadras literarias (Hiperión, Visor...) en el que yo sentía inaccesibles a esos tipos, rampantes de poesía, capaces de editar en lo más ‘in’ del editorialeo... los miraba de cerca y sentía la distancia como un clavo... los miraba de lejos y era todo imposible para un triste eunuco literario... y ahora vienen a verme con cariño muy cierto, comparten sus poemas y los mezclan con los míos... y pienso que no sé lo que he hecho para llegar a esto, no sé qué es lo que hice en este culo del mundo para que poco a poco llegara sin buscarla la aceptación amable, la sincera... y a muchos de ellos los tengo ahora por amigos buenos, ahora justo que no me preocupa el asunto editorial, ahora justo que acabo de editar mi último libro buscando que esté exento de otra cosa que no sea mi poesía... una edición humilde cuando tengo los medios para una edición magra... eso me ha hecho feliz... y pienso... el mundo va hacia adentro y con ojos de astrónomo miro a las copas de los pinos... soy el rey de todo esto, de toda esta soledad fuera del tiempo y de los centros neurálginos sociales... aquí solo hay prejucios de diario cuando compras el pan o unos filetes... el resto es cavilar el profundo secreto de la esfinge, el enigma del tiempo meteorológico que ocupará el día siguiente... aquí hay una distancia insalvable y pertinente hasta la gloria, un trasluz de jinetes que pasaron hace tiempo... aquí se puede esperar a lo que sea, porque el sol se va lento y vuelve lento, aquí, donde las flores esporádicas, donde las aves que vuelan en círculos concéntricos, donde el invierno lastima los riñones y nunca hay sobresaltos... me gustaría saber qué hubieran hecho aquí Luis Alberto de Cuenca, Ángel González, Pepe Hierro, Pere Gimferrer, en este espacio plácido y cautivos, frágiles de pura periferia, espectros y pagando a plazos el ataúd seguro, sin Madrid o Barcelona, sin universidad ni escuela, sin los cafés de artistas ni las tertulias ciénagas en hoteles de nombre... me gustaría verlos aquí salvando sus poemas a puras dentelladas de soledad, sin lazos, sin palmadas, sin favores expresos... no sé...
El caso es que pasó ya casi el día y Paquito Castaño vino y se fue dejándome un abrazo enorme que aún me aprieta... y siento que estas piedras son más sólidas y que ya no me quedan muchos amigos turbulentos.
yo tengo demasiados amigos turbulentos, y muchos mitos, turbulentos también...
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