No soy un tipo de verano. No lo he sido nunca, porque mis ojos claros se ciegan con la luz y me siento molesto y como amordazado, pues cuando no puedo mirar con foco y con contraste, tampoco me crecen las palabras. No soy un tipo de verano porque me quema el sol y mi piel blanca se cierra en escozor. No soy un tipo de verano porque me apisonan el ánimo los tumultos, las terrazas sin un lugar donde ponerme a orear, lo tipos despojados de obligaciones durante quince días jugando a la comparación con quien se cruzan. No soy un tipo de verano porque sudo y me agoto con cada grado, porque me cruzo de pronto con muchachos repletos de alcohol –o de lo que sea– saliendo de alguna fiesta y no entiendo nada.
No soy un tipo de verano, y por eso me encierro en el averno de mi estudio huyendo del averno a ahí afuera y juego a ser Andrés Dorantes de Carranza en el Golfo de México, Tamerlán en Bagdad, Ciro el Grande en Sippar, Alejandro en Panyab o Trajano en Armenia. Sufro duros naufragios, acosto sonriendo en tierras vírgenes, sonrío ante praderas impensables, dudo si estoy o no donde yo pienso, gozo faunas extrañas y alucino en las selvas impolutas. Siento latir el oro en mi cabeza –no el de Lope de Aguire– y navego tranquilo el Amazonas en un hermoso caballito de totora.
No soy un tipo de verano, pero cunde el verano en mi cabeza.
Comentarios
Publicar un comentario
Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...