Pajarito tocaba las castañuelas como los ángeles en aquella corrobla trujillana llena de señoritos mientras corría la comida y la bebida por las mesas. No puedo negar que se estaba bien entre aquella gente y en aquel ambiente, pero afuera eran legión los niños intentado vender cualquier cosita pequeña para sacar unos soles que sumar a los escuálidos ingresos familiares, las caseritas sentadas en las aceras con cestitas de verduras, los que pedían directamente con la mano extendida y la mirada perdida en el infinito. En aquella corrobla trujillana, Pajarito era el bufón, un bufón al que le servían comida y bebida sin parar y al que de vez en cuando le caían unos soles al finalizar sus hermosos castañeteos. Confieso que me sentí mal pensando en el papel de Pajarito, pero ya en la calle me di cuenta de que era un privilegiado, porque cada día hacía lo que le gustaba, que no era otra cosa que tocar canciones con sus castañuelas, y a cambio recibía comida, bebida y algunas monedas. Ya quisieran los pobres de la calle tener su corroblita diaria llena de señoritos y mujeronas de los barrios ricos, ya quisieran ser bufones diarios para el divertimento de los que pueden divertirse.
Es triste, pero es lo que hay.
Sí , así de cruel es la vida.
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