Ir al contenido principal

Ritsumeikan

Mi madre ha estado algo pachucha y el trabajo se ha sumado para poner tensión por dentro. Además, tengo el fin de semana lleno de visitas –vienen Barral, Norio y Urceloy–. A ver cómo salgo vivo de este desorden. Y es que me apetece mucho estar con mis colegas –mucho, mucho–, pero lo cierto es que estoy falto de silencio y nada.
(13:06 horas) Me he llevado un alegrón al ver el libro que me ha enviado Fermín Herrero, «Endechas del consuelo», que ha sido el ganador del premio Fray Luis de León de poesía y que está editado en Barrio de Maravillas. Como siempre, Fermín es un poeta sólido, pegado a la tierra, pero esta vez con la hermosa capacidad de decir «...Cómo voy a morir después / de haberte amado al límite, a cielo / abierto, a mar abierto, en esta luz / sin desmayo.». Buena y con una evolución constante la poesía de este tipo.
También acuso recibo de otro título de la Fundación Jorge Guillén, «Memoria del mirar», de Marcelino García Velasco, un poeta al que no conozco. He leído tres o cuatro poemas por encima y en principio no me ha llamado demasiado la atención. Volveré al libro esta tarde para leerlo con calma.

(16:24 horas) No sé por qué, pero a veces me llegan sentimientos de conocimiento futuro que terminan siendo presagios, y no sé si esto sucede por mi eterna costumbre de fabular o porque sucesos dispares se ordenan y son capaces de alumbrar un avance. El caso es que hoy siento que algo va a suceder, y no sé dónde, cómo ni cuándo, pero intuyo una energía que se encamina hacia un suceso que me afectará. Hace unos días, sin saber por qué, sentí la urgente necesidad de arañar con mis manos en un corte del terreno por el que pasaba, algo me decía que debía arañar allí, y lo hice sin más. Al primer roce de mis manos con la tierra asomó un hueso antiguo, un hueso largo y seco. Lo retiré y seguí en mi empeño, hasta el punto de encontrar una cabeza de fémur de aspecto humano y varios huesos más. De proto, sin más, senti que debía dejar aquello como estaba, y así lo hice.
Hoy he datado el lugar en una cuartilla y he limpiado los huesos para conservarlos.
¿Por qué suceden estas cosas?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj