Ir al contenido principal

Wang Shifu


Otra vez la madre puesta a secar al sol de agosto en una habitación de hospital, esta vez al lado de casa, que ya es suerte.
Me voy haciendo mayor y el indicador lo llevan los padres en la mirada, en sus despistes, en sus enconos, en sus enfermedades, en sus rarezas... Me voy haciendo mayor sin madurar y con una pesada sensación de «lo que se me viene encima» que aún no sé procesar con otro aliño que no sea vinagre.
Mi problema es que no me entiendo con los demás, que no comprenden que uno busque su rodar sin hacer sangre, pero rodando. Claro, cada uno ve sólo sus problemas y ordena el calendario como le place, y todo sin pensar en que los demás posiblemente tengamos otro ritmo y otros solucionarios. El caso es que entre los «ojos que no ven, corazón que no siente» y el «muertita en vida» hay términos intermedios que dejan vivir a todo el mundo sin tener que hacer aspavientos de amor u odio, y sin hacer sangre de lo que debe ser amor y elaboración de un buen recuerdo.
Oye, y nada de culto a la edad, y nada de entrega hasta la muerte, que no somos legionarios... Yo, por lo menos, no quiero eso para mí. A mí, si no muero de síncope o suicidio, me gustaría soledad tranquila sin distorsionar a mi gente, apartarme del mundo en un lugar discreto y económico donde no me faltase tabaco, papel y pluma –y libertad de expresión, claro–, y que mis hijos me viniesen a ver sólo cuando realmente les apeteciera, un par de minutos, un beso y una sonrisa. Que a los hijos los traemos con o sin voluntad y son nuestra carga obligatoria, pero los padres somos imposición. Es duro lo que digo, lo sé, y lo digo porque yo amo a mis padres con una fuerza viva que jamás me permitiría dejarlos a su suerte, pero odio el conflicto familiar y la falta de claridad cuando hay que tomar determinaciones que pondrán peso en la vida de cada uno. Y sí, hay cosas que se arreglan con dinero, y ese money será el mejor gastado de nuestras vidas si es capaz de darnos pausa, de aportar armonía y de prestarnos tiempo personal y familiar.
Yo, que en este justo momento estoy creciendo, haciendo el nido sólido para los míos, apostando a doble o nada para dejar campo abierto desde el que lanzar a mis críos, que ando sin tiempo y sin pausa... necesito que las dos horas cortas de hogar sean intensas, querer a mi mujer con un amor maduro y no ver ni una sombra de tristeza en sus ojos que no hayamos buscado... necesito percibir cómo se van mis hijos un poquito cada día, estar detrás de ellos sin que lo sepan, apoyarlos cuando lo necesiten y no dejarlos solos cuando llega la hora de estar juntos –esa hora que se extingue deprisa–. Odiaría a mis padres, a mis hermanos, a cualquier cercano que me hurtase este tiempo cuando existen soluciones reales y absolutamente positivas que nos pondrían en bandeja una vida colmada para todos.
Cuando mi mujer llora y no soy yo quien ha llamado a sus lágrimas, cuando ella cae agotada y se siente una mierda, cuando otros toman por ella las decisiones importantes que le afectan –y por tanto me afectan– y se hunde y no sabe salir... me dan ganas de ser el mal y hacerlo, de convertirme en Maldoror para ver en cada una de sus lágrimas un puñal que se clava en los corazones de quienes le hacen daño queriendo o sin quererlo.
Yo quiero ser dueño de mi felicidad y gestionarla. Aunque me cueste la ruina.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj