Los tres bebían a gollete de sus botellas de cerveza tipo Pilsen, mientras hablaban de que las tías son muy putas y de que por la mañana hacía un calor ‘tope’ en la finca de Candelario. Uno tenía cara de auténtico gilipollas [se le notaba el más débil del grupo… y terminó pagando las consumiciones, claro] y los otros dos de cabrones sin solución posible… “Por favor, dígame qué le debo”, espetó a la camarera el gil, mientras uno de los cabrones le decía al otro en alto: “déjale pagar, que luego se desgrava la nota”. Recibida la noticia de la suma cervecera, el gil sacó su tarjeta oro y pagó con ella las tres birras [la descojonación].
“¿De qué pueblo eres tú?”, le preguntó el cabrón bajito al gil… “Nacido en Madrid”, contestó el tonto como inflándose. El cabrón sonrió y se puso un cigarrillo entre los dientes [lo había cogido sin preguntar del paquete que el gil tenía sobre el mostrador]… y se fueron del café diciendo en alto: “Muchas gracias, muy amables, gracias, adiós” [estos tipos son educados de cojones… y de boquilla].
Yo me partía el culo mientras sorbía mi cafetín con hielo y pensé en comprarme un cinturón trenzado con la bandera de España y meterme el polo Lacoste por dentro de los pantalones.
La verdad es que una de las cosas peores que tiene el verano bejarano es esta avalancha de pijos insufribles que miran sobre el hombro y andan en el presupuesto de que todo es suyo hasta la justa caída del horizonte. Son plaga estos capullos de dientes blanqueados y flequillo en los ojos que juegan a hacer de menos a cualquiera que se roza con ellos. Y echo de menos al mejor Catulo para cantar sus bobadas y sus pijas mariconerías, para explicarles con palabras preclaras que existe la muerte y va a tocarles con su soplo un día, pero que también existe la dignidad del hombre, y el hambre y la sed… y que sus crucifijos de oro finísimo bailando en la pelambrera del pecho son la pura impudicia.
Terminé mi café e hice una gracia en voz alta porque me apetecía [quizás debiera haber intentado pagar también con mi Visa Oro el euro con veinte].
Luego baje al curro y sudé la gota gorda con un jodido cartelón que no se dejaba domar, y pensé en Cipri todo el rato, me acerqué hasta el tapicero a buscar unas sillas que le dejé hace un par de semanas para restaurar, y Cipri no se me iba de la cabeza, me reuní con un alcalde de la comarca para tratar asuntos profesionales, y Cipri seguía allí presente.
Y terminé el día entre melocotones fríos y sangría de La Casera, mirando el nublado hermoso que dejaba haces de luz en la Sierra de Francia y observando cómo se recogían los pájaros con el atardecer. Sansón [el perrito de Julia] estaba nervioso también por los dos perros pijos que han llegado a pasar sus vacaciones a Palomares, pero el no es como yo, él ladra como un poseso y mea todas las esquinas que se tercien para poner claras las cosas.
“¿De qué pueblo eres tú?”, le preguntó el cabrón bajito al gil… “Nacido en Madrid”, contestó el tonto como inflándose. El cabrón sonrió y se puso un cigarrillo entre los dientes [lo había cogido sin preguntar del paquete que el gil tenía sobre el mostrador]… y se fueron del café diciendo en alto: “Muchas gracias, muy amables, gracias, adiós” [estos tipos son educados de cojones… y de boquilla].
Yo me partía el culo mientras sorbía mi cafetín con hielo y pensé en comprarme un cinturón trenzado con la bandera de España y meterme el polo Lacoste por dentro de los pantalones.
La verdad es que una de las cosas peores que tiene el verano bejarano es esta avalancha de pijos insufribles que miran sobre el hombro y andan en el presupuesto de que todo es suyo hasta la justa caída del horizonte. Son plaga estos capullos de dientes blanqueados y flequillo en los ojos que juegan a hacer de menos a cualquiera que se roza con ellos. Y echo de menos al mejor Catulo para cantar sus bobadas y sus pijas mariconerías, para explicarles con palabras preclaras que existe la muerte y va a tocarles con su soplo un día, pero que también existe la dignidad del hombre, y el hambre y la sed… y que sus crucifijos de oro finísimo bailando en la pelambrera del pecho son la pura impudicia.
Terminé mi café e hice una gracia en voz alta porque me apetecía [quizás debiera haber intentado pagar también con mi Visa Oro el euro con veinte].
Luego baje al curro y sudé la gota gorda con un jodido cartelón que no se dejaba domar, y pensé en Cipri todo el rato, me acerqué hasta el tapicero a buscar unas sillas que le dejé hace un par de semanas para restaurar, y Cipri no se me iba de la cabeza, me reuní con un alcalde de la comarca para tratar asuntos profesionales, y Cipri seguía allí presente.
Y terminé el día entre melocotones fríos y sangría de La Casera, mirando el nublado hermoso que dejaba haces de luz en la Sierra de Francia y observando cómo se recogían los pájaros con el atardecer. Sansón [el perrito de Julia] estaba nervioso también por los dos perros pijos que han llegado a pasar sus vacaciones a Palomares, pero el no es como yo, él ladra como un poseso y mea todas las esquinas que se tercien para poner claras las cosas.
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