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Mientras las palomas cagan paz sobre la puerta de mi estudio [debo tener una nidada encima de palomas diarreicas] y el cielo se cae encima de los hombres a base de aguacero, he tenido que volver a las cerillas, pues mis mecheros se han quedado secos como árboles partidos por un rayo.
Me encantan estos días oscuros, porque me hago contraste con el nublado y encuentro claridad en mi interior.
Y durante el café, monográfico de la doble moral de los patrones que aceptan las reglas de una sociedad avanzada con una hermosa dotación de derechos para los trabajadores, pero que se la pasan por el forro de sus santos cojones a la hora de ponerla en práctica en el diario devenir de los días, y lo hacen sojuzgando, amenazando, sugiriendo males devenidos de no cumplir sus normas ilegales de explotación.
La sociedad capitalista es una mierda pinchá en un palo y ya viene necesitando un proceso de eliminación directa propiciado por la gente amedrentada que se somete entre sonrisas y lágrimas al sueño falso de un sistema que da muestras de agotamiento.
Aunque, quizás, lo primero que habría que hacer sería convencer al hombre de que debe ser riguroso, de que debe caminar sin dobleces, cumpliendo primero y exigiendo después; pues el mal también radica en la falta de empeño en el trabajo.
Es difícil, en todo caso, buscarle soluciones a este galimatías global de opresores con máscaras de demócratas y oprimidos adormecidos por el consumo prediseñado por sus opresores.
Paso de ponerme político, que no resuelvo nada ni voy a parte alguna.
•••

El vórtice de adentro es quizás lo único que queda en este pecho de pulmones estrábicos y vello ensortijándose de puro blanco. Y me sigue curando el mirar mi desnudo sin buscarle proezas ni fracasos, mirarlo con los ojos de spleen que se me ponen en los días agotadores, mirarlo como me miraba ayer la abuela Ramona desde sus ojos como pozos inmensos mientras me respondía a la pregunta de ‘¿sabes quién soy yo, Ramona, me conoces?’… ‘el gitano, con esas barbas, sí, el gitano que estudió conmigo… anda señor, hazme una cama de pajas, a ver si puedo dormir…’. Mirarme así, sin reconocerme del todo, pero viendo al gitano de las barbas desarregladas con su cuello de estornino mediodesnucado, con los hombros caídos por el peso gravoso de los brazos, con las tetillas preguntándole a Newton por qué esa globulosa gravedad mamaria y masculina, con el vientre volcánico y boscoso, con la espalda corvándose entre la cruz del sur de las paletas, con el vello hecho bosque sobre la piel caída, con el sexo blandito y casi dactilógrafo, con las nalgas como cortinones pesados, con los muslos aún plásticos [algo queda, por Dios], con las rodillas machacadas y llenas de alfileres que las hacen doblarse cuando todo claudica, sin pantorrillas casi [jamás las tuve], con estos pies enormes y esa uña rota ya hasta que me rompa entero.
El gitano de las barbas desarregladas que se toca bajo las axilas y percibe calor, que se toca en los lomos y están absolutamente helados, que sostiene su miembro y lo deja caer varias veces como caen las toallas mojadas.
¿Era esto? ¿Sin más?
El fulgor fue, pero apenas lo supe.

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