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Quiero tirar el dado, pero no puedo.


Esta lujuria a trancos que es el otoño bejarano, me lleva del silencio más volátil hasta ese irme tan prófugo detrás de una melena o a quedarme satélite de la fiebre de árboles y hojas como en una insistencia invertebrada.
Telúrico, divido en estos días todo lo sedentario entre esa cifra mágica y maligna que es el no haber viajado a México. Y me destiño, y me siento la espalda de los estambres muertos, como fracasado, igual que los gatos de angora en sus cojines, desierto como una casa vacía.
Y todo se hace resta si miro a mi paisaje, todo cae lentamente y se vuelve traslúcido.
Para intentar el láudano, persisto en esa técnica que me enseñó Albertito ayer [papel muy satinado, tinta china, presión y gestos tartamudos sobre la mancha…] y luego busco formas sobre las que atizar el dibujo que tengo en la cabeza. Siempre salen mujeres con pechos de cucurucho y pezones de embudo, con las piernas cerradas apretando su sexo con ese interrogante de qué habrá en mi cabeza.
Sosiego si hago un hueco para pensar en Lucy o en la hermana de Malick, pero es un sosiego abrasador y tristísimo… y quedo como el loto flotando en el estanque.
Todo es tímido ahora, profundamente íntimo y umbrío, casi lengua y reflujo de mareas… y voy hasta el espejo… y me miro vestido de este negro tullido que me hace tan obvio… me quito la camisa y saco mis pantalones de las piernas… purito realismo italiano de los años cincuenta… del negro paso al blanco [camiseta italiana de tirantes y gayumbos con petrina en exacto dobladillo y dos botones… todo blanco, blanquísimo]… en el pecho ya apenas hay contraste, pues ya se nevó entero hace unos años… dan ganas de morir o de matarse… me quito lo que resta y quedo entero, caído en vertical, con todo lo que fue revuelto en lastre y cargado a la espalda como un muerto pesado… me miro lentamente y no siento emoción ni veo al nómada que siempre imaginé metido adentro… me toco los lumbares y están sueltos, anido con mi mano entre los muslos y no hay nada, rebusco entre las corvas y siento los tendones chirriando… abro mis barzos y mis piernas, igual que el hombre de Vitruvio, y degluto sin más mi imperfección y sus monedas… me visto lentamente mientras mis brazos hacen sombra y crepitan los huesos.
Estoy sin estar.
Y vuelvo sin querer al hábito del luto, a mi silla ataúd, a mi mano volcando la escritura en el teclado… quiero tirar el dado, pero no puedo.

Comentarios

  1. Pensamientos que alimentan otros pensamientos,tira el dado y ocurrirá...
    Gracias :)

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  2. Cielos, Luis Felipe, Comendador de Béjar por antonomasia, tiene un blog :)

    Acabo de descubrirte por casualidad, pero prometo visitar tu página con frecuencia. Por los viejos tiempos y los Toros de Ledesma por las calles de El Escorial ;)

    Regino Mateo

    ResponderEliminar
  3. me encantó el blog, desde bs as argentina.

    Cuando llegue el momento de tomar decisiones sobre tus alumnos, sé justo. Piensa en lo que podías haber dado y en lo que realmente diste, en la faz de los conocimientos y como ser humano, y aplica el mismo criterio para evaluar a quienes debes evaluar.

    Cuando debas decidir si un alumno aprueba o no, sé sincero... Examina aquello de lo que es capaz y toma nota de lo que no pudo lograr. Luego pregúntate con honestidad si dependía sólo de él o también de ti aquello que no alcanzó, y si todo lo que podía hacerse fue hecho por todos los que podían...

    Cuando defiendas tu derecho a reclamar y lo ejerzas, recuerda que eres un modelo para tus alumnos, de manera que ellos también tienen ese derecho.

    Cuando te sientas injustamente tratado por tus superiores, recuerda qué tú eres el "superior inmediato" de tus alumnos.

    Sé conciente de cuántas cosas te fueron sugeridas para poner en práctica; de cuántas de ellas realmente te ocupaste; cuántas te dieron resultado... y nota que al menos un porcentaje de lo que sucede a y con tus alumnos también refleja esas magnitudes.

    Si has sido capaz de escuchar, reclama por lo que no fuiste escuchado... sólo si has sido capaz de escuchar.

    Si tu compromiso ha ido más allá de la lección y la instrucción, reclama en la justa medida el reflejo de ello... pero toma en cuenta el enunciado condicional de la primera parte de esta frase.

    Si tu conciencia te dice que puedes tener un sueño tranquilo cada noche en lo que hace a tu desempeño al frente de tus alumnos, trata de seguir teniendo esa paz una vez que los hayas evaluado.

    Juzga por lo que tus alumnos evidencian, no por lo que crees que sabes de ellos. Y dales la oportunidad de evidenciar lo que saben, lo que pueden, lo que intentan... y lo que no saben, no pueden o aún no están seguros de intentar...

    Si no has podido encontrar en el año al menos cinco maneras diferentes de explicar un tema complicado de tu materia, seguramente tus alumnos no podrán desarrollarlo de la única manera posible que estuvo a tu alcance.

    Si no has podido encontrar esas cinco maneras... algo anda mal con tu dominio de tu propia asignatura.

    Si al final del año tus alumnos no "se han corrido un poco hacia adelante" con respecto a tu evaluación diagnóstica inicial, algo falla en alguna evaluación. Y si no tomaste en cuenta tu evaluación diagnóstica inicial a lo largo del año... ¡algo falla en tu manera de evaluar!

    Si entrar a un aula te significa una situación de disgusto... analiza qué les sucede a tus alumnos.

    Si consideras que aún no está dicha la última palabra... vas por el buen camino (pero no dejes de buscarla) (...entre varios es más fácil...)

    Si entiendes que el "dar oportunidades" tiene un límite... ¡defínelo con claridad para todos los implicados!

    Sé tan humano con tus alumnos como con los miembros de tu familia, aunque la relación, indudablemente, sea distinta; reclámales como a tus hijos y prémialos del mismo modo, o al menos como quisieras que otros reclamen y premien a tus hijos.

    La cordialidad no está reñida con la laboriosidad ni con la eficiencia; por el contrario, una sonrisa o un gesto amable a tiempo (es decir, siempre) suelen mejorar la laboriosidad y la eficiencia ajenas, del mismo modo que cuando eres tú quien los recibe, estás mejor predispuesto al esfuerzo.

    Si quieres que tu palabra sea tomada en cuenta, presta atención a quienes te dirigen la palabra.

    Si pretendes cambiar algo en los demás, comienza por predisponerte a tu propio cambio.

    No es la persistencia la mejor estrategia. Sí lo es la perseverancia, pero ésta acepta caminos alternativos y la primera los descarta de plano.






    alejandra www.escuela-inclusiva.com.ar

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