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¿En qué nos hemos convertido?



En qué nos hemos convertido es algo que sabremos mucho más adelante, pero estoy seguro de que lo vamos intuyendo… y lo mismo no andamos descaminados.
Quizás seamos seres incompletos [ERES… je, je], mientras manejamos por la ciudad sin pensar en los viandantes… pero, ¿incompletos de qué o de quién?...
La mano busca pañuelos y hay ojos que me ven más delgado que nunca, pero no me doblego y sigo en la tensión de los semáforos o persigo mejillas de grosella o miradas de vértigo… y me dejo juzgar por quien me mira [aunque anuncio señales de respuesta, y eso dicta silencios]…
Hay que engordar dos kilos por lo menos… y voy a la nevera y me atiborro de fruta, yogures o natillas… y corro al aparador y hago mi mundo de galletas con chocolate o magdalenas al limón, o viajo a ese paraíso de bocatas rellenos de todo lo que sobra… luego, al peso, a medirme en el peso como un quinto o una bulímica, a saberme en el peso si soy menos o más por lo que ocupo… y nada, ochenta y seis y medio, como ayer, como antesdeayer, como hace tres semanas…
Y me pregunto si me sucederá algo, si esto será algún signo que debo tramitar o simplemente un volver a aquel peso de los años setenta, cuando era un muchacho tranquilo que viajaba y reía… reír, eso es lo que debo hacer, seguir riendo, pero ahora un poco sílfide… en fin, que en este peso no me encuentro tan mal, aunque es un poco molesto el constante caer de pantalones y ese escuchar cada doce segundos los “te veo más delgado” que se tiran como queriendo decirte “¿estás malo, tío?”, pero sin intención, ¿eh?… y a lo mejor es que uno ya se va convirtiendo poquito a poco en esa nada chusca y lavativa que tiene como apóstofre milongo la vejez… y vuelve el viejo F a ser de mí más que yo mismo, y con él las preguntas inocentes del cómo y hasta cuándo, de qué pasará entonces… pero el viejo es majete, y ve el mundo con ojos de hasta luego, y se siente capaz de cualquier cosa, y mira con ardor a cada espacio con su paisaje puesto.
En qué nos hemos convertido quizás lo sabrán nuestros hijos algún día, pero no sabrán llevarse las manos a la cabeza, precisamente porque les entrará la duda de en qué se estarán convirtiendo ellos mismos.
Y eso, que me voy a Helmántica a hablar en público sobre las razones que me atan a lo semirrural, esas razones que me impiden viajar lo que debiera para ensanchar mi mundo. Lo haré mal, como siempre, pero eso nunca importa.

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