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Salud, Gerardo...



Tarumba tarambana... y le gustaba el vinito de las dos y el de las dos y media... y jamás le vi sin su traje y sin esa corbata elegante que nunca le faltaba... y quería a sus hijos hasta no enfadarse nunca. Un día me dijo... “cuando inventen la televisión en relieve, me compro una para mí solo”... y se reía con aquella risa franca e inigualable de hombre bueno sobre todas las cosas... y tenía también un puntito picante saladísimo y a su hijo mayor le llamaba Manel o Gerardo, todo en función de las circunstancias... y yo lo sentí siempre como un segundo padre, coño, el padre de mi mejor amigo, un padre que siempre jugó a ser colega de sus hijos y de los amigos de sus hijos... y recuerdo que un día lloró hablándome de Loli, su esposa, pero luego no le volví a ver más que con aquella deliciosa sonrisa, siempre con ella a todas partes... y me hablaba de Goya... “es la mejor, Felipe, la mejor, me tiene como a un príncipe y me pone de comer todo lo que me gusta...”.
El pasado verano coincidimos muchas veces, pues siempre me lo encontraba cuando iba a comprar tabaco a PdT, que él vivía justo en la trasera, y me preguntaba por Ángel y me contaba las cosillas pendientes de mi amigo Gerardo –que ha pillado distancia por esos azares de la edad y los hijos–, y hasta caía algún que otro chistecillo.
Tuve la suerte de no verle en su enfermedad, de no sentir esa jodida degradación del acabarse... y hoy le enfoco perfectamente en el zoco de Ceuta comprándole a su hijo, mi Gerar, una bolsa de deporte de piel de camello que luego haría furor –casi uterino– entre todos los colegas.
Mi abrazo final para don Gerardo Rico, un abrazo largo y fuertote, uno de esos de amigacho. Yo sé que fue feliz, y eso me alegra.
¿Sabes qué, Gerar?... ahora mismo me estoy tomando un vino a solas en tu memoria... ¡Salud!

[Hoy me ha contado su hijo, mi amigo Gerar, que en los últimos días le estuvo leyendo mi último libro a su padre... esa jodida novela por fin tiene sentido].

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