Llevo unos meses en los que la cosa de escribir se me ha puesto bastante cuesta arriba... y no he dejado de escribir en mi cuadernito diario, pero enfrentarme al teclado es otra cosa. En fin.
Ayer tuve uno de esos encuentros en la tercera fase con mi gente de antaño, uno de esos encuentros en los que eres capaz de ponerle sombra al tiempo (y también penumbra)... fue un partidillo de viejas glorias basketeras que se medio saldó con sonrisas, muchos abrazotes y frases y contrafrases como ‘qué viejo estás, cabrón’... ‘y tú qué gordo, coño’... pero casi ninguno de los que asistimos al evento fuimos capaces de percibir la soledad de todos, ese pasar de un espíritu competitivo de amigos entregados a este yo, yo, yo, yo en el que hemos terminado después de las carreras y los títulos, de los trabajos malos y buenos, de la suerte traída o encontrada... no estábamos viejos, no... estábamos todos cansados y solos como quien se ha dado cuenta de pronto de que nada sirvió y nada servirá, de que hay que seguir la senda marcada con los ojos dirigidos, como los de los bueyes. Mis amigos sonreían, pero yo veía en cada uno de ellos un gesto de tristeza inabarcable que estoy seguro que tiene mucho que ver con haber abandonado definitivamente los atajos de la posibilidad... sonreían como vencidos... y eso me dolió, me golpeó fuerte adentro.
Aquellos muchachos que fuimos querían comerse el mundo... peros estos hombres ya hechos solo apuntan derrota por donde se los mire, una derrota conformada de nada que hacer, de dejarse llevar por la vorágine de un trabajo, una familia o una economía personal más o menos decente.
Y jugamos el partidillo contra el equipo actual de Béjar, chavales jóvenes y fuertes, entrenados, que quizás sientan ahora todo aquello que sentimos nosotros algún día... y nos dieron duro para hacernos notar quién manda ahora... pero lo peor es que en un momento en que pillé un rebote bajo el aro (se me quedó grabado) uno de ellos dijo... ‘dejadle que la meta’... y sus compañeros se quedaron parados esperando mi reacción... yo también me paré y decidí sacar el balón al base, negándome a esa caridad que no es justicia, y juro que me sentí fatal mientras agradecía con una sonrisa falsa el gesto y me negaba con todas mis fuerzas a pasar por ese aro... como digo, me dejó bien jodido el asunto y nada más terminar el partido salí de naja como si me llevaran los demonios... el hombre no necesita caridad, amigos, pues la caridad humilla... así que me vine una vez duchado a luchar por lo mío, a preparar subastas nuevas para SBQ y a ordenar un poquito todo mi desorden de gestión oenegera particular... y recibí un mensaje avisándome de una donación a pelo, y me empeñé en dar algo a cambio pensando en esa brasa cabrona que supone la palabra “caridad” –menos mal que mi interlocutora aceptó, porque si no hubiera sido así me habría dejado hundido del todo–... y es que no lo sé explicar, pero sí sé que lo que hago no tiene que ver nada con la caridad y menos con la conmiseración... y si alguna vez lo parece, ruego collejas inmediatas... lo que hago tiene que ver con mi idea de justicia, solo con mi idea de justicia... y con respeto, un respeto venido del conocimiento y no de la lástima.
Nunca debes dejar a un contrario más débil en evidencia, porque lo hundes...
Bien, Luis Felipe: ya has cogido el rebote y todavía se te ven ciertas maneras.
ResponderEliminarPero dime, ¿dónde está el base o alero para pasarle el balón? ¿Cómo acabó la jugada? ¿Hubo contraataque hacia la canasta contraria?
¿por qué llevabas pantalón de chándal?
Y sobre todo, y más importante ¿hubo cervecitas después de la pachanga?
Un fuerte abrazo con tiro de tres.
Elías