A veces las fieras se empapan tanto del espíritu del domador, que actúan como él mientras comparten la miseria de las jaulas.
Ayer recibió mi madre el alta hospitalaria y la orden facultativa de alta decía, entre otras cosas, que debía regresar a su domicilio en ambulancia con la orden expresa al ambulanciero de que la subiese los cuatro largos tramos de escalera que van de la calle hasta su domicilio. Todo fue perfecto hasta que mi progenitora montó en un vehículo infecto y desastrado. El conductor la colocó de mala manera en una camilla y se olvidó de sujetar su cuerpo con las correas al caso, así como de echarle una manta encima (la temperatura en la zona era ayer de unos dos grados). Mi padre iba sentado a su lado intentando cubrir su cuerpo con una cazadora y sujetándola como podía de los efectos de las curvas, los acelerones y los frenazos (mi madre llego totalmente dolorida del movimiento constante, pues su operación tenía solo cinco días). El tipo tardó 42 minutos en llegar a Béjar (tramo que lleva normalmente unos 50 minutos conduciendo a 120 km/h), aparcó la ambulancia frente a la casa –yo estaba esperando en la calle–, abrió el portón, sacó la camilla con energía y sin cuidado y le dijo a mi madre: ‘vamos, bájese... con ese pie no, coño, con el otro... ¿y las muletas?...’... las tenía yo en la mano y se las di a mi madre, que se irguió con dificultad y pilló una posición estable... entonces el tipo cerró el portón con fuerza, se montó en su asiento y arrancó el vehículo, dejándonos solos en la calle a mi madre y a mí. Mi madre, empecinada en que no la ayudase de forma alguna, subió como pudo la cuesta de unos 50 metros que llevaba a su portal, descansó un poquito y se subió ella sola los cuatro interminables tramos de escalera... luego llego él dolor, que por los gestos de su cara parecía inaguantable, afloraron los nervios y un temor oscuro se fue adueñando de ella, de mi padre y de mí mismo... no podía mover bien la pierna y el muslo y el gemelo eran pasto de calambres continuos.
Así que Felipe a visitar las urgencias bejaranas y a pedir por favor que subiera algún médico a examinar a mi madre... el temor se hizo puro miedo cuando, en una primera valoración, parecía que la prótesis de cadera se había salido de su encaje... carreras, otra ambulancia (ésta con profesionales de verdad), porte de mi madre a la sala de radiología del hospital bejarano, muchos nervios mientras le hacían unas placas... y tranquilidad cuando el médico certificó que la prótesis estaba en su sitio, a pesar del duro esfuerzo realizado y de una inflamación muscular muy dolorosa... chute de analgésicos, antiinflamatorios, protector de flora intestinal... y vuelta a casa... nuevo viaje en ambulancia con trasiego del cuerpo dolorido y agotado y descanso para todos a altas horas de la noche.
Cuando las fieras juegan a ser el domador, la convivencia en las jaulas es terrible.
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