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COMENDADOR

A LAS PUERTAS DEL CIELO

He llegado a los 58 porque soy cobarde
y tan solo he matado algunas moscas
mientras aguantaba a los vecinos de al lado
jaleando cada gol del Madrid como si eso fuera el mundo.

En esta selva se crece bien
aunque la primavera llegue con retraso.

Eh, tú -le dijeron-, te vamos a dar tu merecido,
y le metieron en la caja del camión como si fuera un fardo.
Ya llevaba una brecha en la cabeza
y algunos rasguños en las manos
(de los golpes sordos no sé,
pues solo dejan señales cuando pasan los días).
La sandía que acababa de comprar
quedó en el suelo, destrozada,
dejando su roja señal al aviso de todos.
Y no supimos mucho más
que no fuera su falta eterna,
el vacío inabarcable que nos dejó.

Uno de los tipos que se lo llevaron
a veces se cruzaba conmigo por la calle
antes de morir como un perro rabioso.
No sabía que yo llevaba la sangre
misma de su víctima
y me sonreía como queriendo saludarme.
Yo miraba para otro lado
y aceleraba el paso.


Ya digo, he llegado a los 58 porque soy cobarde.

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