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Elisaveta Bagriana


Hace unas semanas que mi amiga Belén Artuñedo me envió su último poemario inédito, y lo he silenciado hasta hoy en mi diario porque quería estar seguro de todo lo que me estaba removiendo adentro.
Antes he de explicar que la poesía que mejor me llega es la que escriben las personas que conozco y a las que aprecio de verdad, aunque también debo decir que si no me gustan las composiciones, puedo ser bastante duro –no es más que otra señal de buena amistad... nunca otra cosa.
El caso es que he leído el poemario de Belén media docena de veces y me he sorprendido a mí mismo volviendo a encontrar a Belencita en una voz que probablemente no sea enteramente la suya –cuando digo esto, me refiero a que por primera vez leo a una Belén que en algunos versos no habla de sí misma–. Pero al sentirla jugando en esa voz impostada, la noto mucho más madura y, sin duda alguna, tan poeta como siempre.
El verso de Belén quiere ser ahora duro, pero termina siendo ahogado; es decir, la poetisa no puede evitar volver a su tono aunque pretenda con todas sus fuerzas evitarlo.
El poemario es francamente potente en su contenido y, cómo no, extremadamente sensible y con gran altura en su forma y en el alto significado que contine cada una de las palabras que Belén conjuga con vocación de que pasen de simples vocablos a palabras/poema.. y lo consigue, siempre lo consigue.

«Si pudiera saber adónde voy cuando duermo
En qué extraña invalidez permanezco erguida
Pero descanso
Donde peso sólo mis párpados
Y la respiración vacía los recuentos
Donde tengo una edad antigua
Que no debe cargar con mi defensa
Donde mi extremada diligencia
Se olvida de cerrar, de encerrarme
Donde mi columna vertebral
Deja al sueño su severidad

Si pudiera conocer ese lugar
Tan milagrosamente lejos de mí
La amenaza dejaría de tomarme»

Francamente bellísimo.
Gracias, amiga, por dejarme ser de los primeros siempre en conocer tus cosas.

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