19 de diciembre de 2008
Fuiste a ver a tu hija, viejo, y te jodió un montón mirarla a los ojos, porque en el fondo eres un cobarde para los hijos. Supiste enseguida que está feliz e ilusionada, pero la camiseta pistacho que le sirve de uniforme “Imaginarium” se te clavó en la espalda como una daga retorcida y oxidada que te dejó una herida que habrá de sangrar durante largo tiempo. ¿Por qué no la recogiste y te la trajiste a casa?, ¿no era eso lo que te pedía el cuerpo entero?... pero no, la dejaste seguir en la cabrona lección de vida, atada a un trabajo esclavo y miserable, explotada por menos de quinientos euros al mes en ese centro comercial de mierda donde el oropel esconde la oscura necesidad de todos. No tienes cojones, viejo, para reconocer en voz alta que la juventud debe vivirse y beberse sin esos golpes bajos que hoy le llegan nítidos a tu hija... no tienes cojones para gritar ¡basta ya! y traerla a tu lado sin medir el absurdo futuro y esa tonta ambición de que termine siendo algo en la vida.
Es tu hija, viejo, una mujer entera y preciosa, con la alegría eterna en sus ojos de noche y la risa mejor que conoces en su boca de ángel... ¿por qué la expones a la mierda del hombre social?, ¿por qué buscas que aprenda lo que ya sabe a base de golpes duros y diarios?
Después de pasar la tarde juntos, se te hizo un nudo en la garganta al dejarla sola diciéndote adiós con la mano junto al semáforo de la Avenida de Champagnat, y por tu cabeza pasó el día entero con tus constantes ganas de gritar y el gesto torcido por no tener cojones para hacer lo que el cuerpo te venía pidiendo, por no haber sonreído ni siquiera un minuto para poner confianza en esa mujer sólida y magnífica que lleva tus genes y tus gestos, tu pasión y el ardor de esos dados que lanzaste un día, viejo. Eres un fracasado y te sientes miserable, viejo, porque un día dijiste en voz alta que habías tenido hijos para que fueran libres y todo se te va al traste sin que puedas hacer otra cosa que mirar escondido lo que te viene encima [lo que se les viene encima].
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Fue demasiado duro volver de Salamanca, todos en silencio bajo la noche fría, por esa carretera que está como yo, hecha unos zorros. Dejamos a Mª Ángeles en una Salamanca húmeda y fría, posada bajo la luz macilenta que lleva hasta su casa. Lo pasé mal durante todo el día y rematé con unos puñetazos en la puerta de mi estudio. Mi hija está llenita de valores [el que la conozca, podrá darme la razón entera] y se encuentra en un cruce de caminos extraño en el que debe tomar sus decisiones sola, y de esas decisiones crecerá un porvenir prometedor o complicado... y yo no sé qué decirle, ni cómo actuar, ni de qué forma echarle una mano.
Sí, sé que la vida es un asunto de soledad y que cada uno debe gestionar su suerte... pero ver cómo mi hija se aleja sin que yo tenga el control de sus pasos me pone enfermo y no puedo evitarlo.
Ay! Luis Felipe, otra vez -o acaso la misma vez- el hombre solo. Ahí no puedo echarte una mano. Nadie puede, pero tú sí. Saldrás.
ResponderEliminarLo que sí puedo -y quiero- es enviarte un abrazo.
Recojo tu abrazo, Sinda, como una esperanza.
ResponderEliminarJo.
Un beso.
A los hijos hay que dejarlos volar, Luis. Ella, supongo, ha elegido su camino y lo recorre como lo recorren la mayoría de los jóvenes hoy en día: con su miserias y sus grandezas. No puedes valorarlo con tus ojos de padre protector y deseoso de que su vida sea un camino, si no de rosas, al menos color vino. Tú querrías cogerla en tus brazos y llevártela y librarla de la horda social cabreada que nos invade, ¿pero qué es lo que ella quiere? Por lo que de ella has contado hoy y alguna otra vez, no creo que se conforme con cualquier cosa y seguro que seguirá luchando por encontrar el sitio que realmente le corresponde. Cuanto más apoyo tenga de ti en cualquier circunstancia, aunque se te hagan las tripas corazón, más fuerza tendrá para seguir avanzando. Tus cabreos y lamentos, si ella los percibe, los sentirá como una losa que le oprime el pecho y le restará fuerzas.
ResponderEliminarMírala como una mujer inteligente y acepta que ya no es tu niñita. Seréis más felices ambos.
Sólo te digo lo que yo hubiese querido que mi padre pensara e hiciera cuando con una mano delante y otra detrás me marché de mi casa con 21 años. Por supuesto cualquier parecido entre tú y él es imposible (a tu favor) pero, sin embargo, me he sentido muy identificada con tu hija, me he visto reflejada en ella y me han llovido los recuerdos de mi andadura. No sabes hasta qué punto me siento orgullosa de haber sorteado mil y un obstáculos y haber aprendido tanto hasta encontrar mi lugar.
Un beso grandote, papito.
Luis, querido amigo, hijas que son mujeres, personas al margen de las personas que las alumbraron, al cabo, pero la vida fluye y tú que estás en el mundo, al modo en que estar en el mundo significa entenderlo o entender cómo funciona y qué nos priva y qué nos da, debes admitir el robo, porque los hijos nos los roban. A mí todavía no me ha llegado el latrocinio, pero lo veo cerca. Mi hija pronto arrancará el vuelo de la tuya y las circunstancias serán parecidas, tal vez idénticas. Ya estamos asistiendo a pequeños cambios, a giros que no esperas. La vida es previsible, puñeteramente previsible, pero a veces te da un sofocón y sale por donde no esperas. Lo que escribe mi amiga Isabel es perfecto. Perfectamente pensado, escrito, contado. Tienen que volar. El vuelo es un festejo, Luis. Pero los hijos son los hijos, claro. Y crees que no es posible que tengan alas. Mira que pronto estaré yo también de carretera de vuelta a Lucena, tu pueblo y el mío, como decía Hernández, y pensaré en lo que tú, arriba, en el tuyo, piensas. Y no pasa nada. O pasa lo que uno sepa aceptar y digerir. Es una digestión, una ingesta masiva de sobresaltos y de incertidumbres. Tú volaste. ¿No? Yo me agarro a eso cuando pienso en las fugas inevitables. Que los míos, tengo dos, vuelen, al menos, como yo lo hice. Y piensa ahora, oh my friend, en los mapas que elevaste, en los sitios que viste, en los temblores que viviste, en las zozobras que te cogieron los huevos y te los extrujeron hasta que creías morirte... ¿Eso ? Eso... Feliz Navidad con ella, con los demás, contigo....
ResponderEliminarMi hija pequeña, a la que no sé si conoces; una mujer preciosa (como la tuya y como su hermana y como todas las hijas)trbajó tb en una tienda de esas de los 500 euros. Una tarde me llamó porque ya no se sostenía en pie (rebajas y montañas de ropa) y lo único que pude hacer fue decirle que palante y que iba en 10 minutos a llevarle una crema y un spray (concidió que yo estaba en Salamanca) En vacaciones de navidad se quedó sóla en Salamanca y la fuimos a buscar el mismo dia de las fiestas.... bueno qué te voy a contar; trabajo de horas y horas, explotación, malos modos y un largo etc.
ResponderEliminarElla decidió en cada momento, doler dolía, pero no podías sacerla de un sitio donde ella había decidido probar suerte. Había muchas chicas en la misma situación. Ahora tb ha decidido vivir su vida de otra manera y tb ha encontrado a sus padres y el poyo que ha pedido, ya lo sabes. Es así, cielo, nos guste o no, que no nos gusta.
Y respecto a los valores de tu hija, yo afirmo y reafirmo que no sólo es amor de padre. Me gusta tu hija, mucho
Un beso para toda la familia y seguro que nos vemos para dártelo en persona, majete.
Si sirve de algo he sentido una identificación plena con tu cobardía de padre.
ResponderEliminarSoy hija y soy madre, y ando a veces entre dos aguas, mi padre va haciéndose mayor y a veces me siento cobarde porque me encantaría decirle lo mucho que le quiero. Mi hija, 15 años y tengo pánico a que se me vaya escapando
Ya aprenderás/aprenderemos a convivir con eso. pero te digo lo que otras veces, seguramente a tí te hubiera gustado ser como ella. Libre, sin ataduras. Se sabe cuidar es tiempo de que tome sus propias decisiones, mal que te pese. y siempre estarás orgulloso de ella. Seguro
ResponderEliminar"El Calvo"
pronto me tocará a mí también, ¡como te comprendo!
ResponderEliminarbiquiños,
¡¡felices fiestas!!
¿Porqué te castigas tanto? Los hijos se hacen mayores y se van. No podemos, no debemos decirles lo que deben o no hacer. Deberías alegrarte de tener una hija, de que esté sana y sea estupenda, de que decida por sí misma y hasta de que empiece a experimentar en carne propia la dureza del mundo: solo así madurará.
ResponderEliminarBeso y abrazo.
He trabajado en unos cuantos de esos sitios. Siempre consciente. De todo. Voy creciendo, con perplejidad, alegría, indignación, dejadez, ahínco, satisfacción, inquietud... Siempre construyendo y abriendo, incluso en períodos destructivos. "Caminante..."
ResponderEliminarSoy mujer, y tengo 25 años. Claro que hay noches en las que no duermo pensando en “la que se me viene encima”, como tú dices. En cómo voy a equilibrar las cosas para tener calefacción y no dejar de ser, por ejemplo. No he hecho, leído, visto, estudiado, escuchado para pasar la vida en una oficina, ni para que un marido con gafas de pasta "me ayude" en casa, ni para pasar el sábado en ikea, ni para entretenerme abriendo un herbolario. Yo quiero jugar en primera. Quiero crecer y poder decir "yo sé quién soy", como el aventurero de La Mancha. Trabajo en ello cada día.
Soy mujer, tengo 25 años y escribo. Soy mujer, tengo 25 años y elijo. Elijo. Elegir es soledad. Vivir es soledad. Lo digo sonriendo, lo he comprendido.
Mis padres -sé que no sin dolor- entendieron y entienden. Mis padres son esas dos personas que están ahí, observando, sorprendiéndose, digiriendo en silencio y a la escucha, con una pancarta que dice "adelante". Su confianza me abriga. En su respeto crece mi libertad.
Son los mejores.