Trece meses ya y Mario se duerme en mis brazos mientras yo ya casi doblo moviendo acompasadas mis piernas para acunarle. Su gesto es de paz, de una paz generosa llena de esa tentación constante de achucharle. Le miro y me siento capaz de lo que sea, de todo, de cualquier cosa. Le miro y me veo acunando a su madre, a Felipe, a Guillermo, pero de otra forma. Le miro y me dan unas ganas incontenibles de reír y de llorar a la vez.
Un par de horas antes pensaba en el mundo y sentía con cierto dolor una tremenda constatación de mi bajón físico y mental, de mi incapacidad para agotar a los demás con mis proyectos y mis ganas… Con él entre mis brazos volvió la fuerza, una fuerza inxplicable traída por sus párpados cerrándose, por su deliciosa boca en pompita, por sus manos posadas suavemente sobre mis brazos hechos… Me dije: ‘aún es posible, Felipe’, mientras le pasaba el niño dormido a mi hija para que lo dejase reposar tranquilo en su carrito.
Mario es toda mi fuerza y toda mi esperanza, y en Mario están mis ganas y esa sonrisa que tanto le molesta a los infames.
Le quiero como no he querido nunca, nunca. Como no querido nunca.
tu texto está bien, pero la foto es insuperable de hermosa. En tu rostro se adivina una paz que no te he visto disfrutar nunca, pero también el paisaje más hermoso del mundo es un niño dormido. En este caso esta foto haría bueno el casi siempre falso dicho que "una imagen vale más que mil palabras".
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