Los domingos íbamos a jugar a baloncesto al pórtico de los salesianos y los curas no querían abrirnos el portón que daba acceso a las canastas, entonces empezábamos a gritar... ‘¡ya se ve la caridad cristiana!’... y entonces bajaba alguno de los curas jovencillos a abrirnos la cancela para unirse a la pachanguita que montábamos, todo después de echarnos una bronca soberana sobre el color de nuestros gritos. Siempre quedábamos a las diez y terminábamos el juego a eso de las dos, cuando bajaban ‘El Mona’ o ‘El Chover’ a echarnos de aquel patio cubierto en el que pasamos los mejores días de nuestra adolescencia. Ya entonces había algún curilla al que se le notaba cierta caída de ojos y algún otro que se pasaba con las manos [tanto para sobar como para dar buenos capones]...
Los críos vivíamos bastante atemorizados con el general de la congregación, pero eso no quitaba para que entre nosotros les pusiéramos motes bien cabrones a nuestros torturadores de bajo tono... ahora recuerdo al ‘Masca’ [el más cabrón], al ‘Mona’ [que tenía una cara simiesca indescriptible], al ‘Fofo’ [que era gordo como una pelota de playa y bajito], al ‘Pichita Loca’ [que se echaba a llorar en público cuando no nos portábamos bien]... y luego había una clase de tropa a la que ni se nos ocurría ponerle mote alguno, pues eran feroces y vengativos [entre ellos estaban Víctor Lobo –el apellido lo decía todo– o aquel don Sabino al que se le inflamaba una vena del cuello y se ponía rojo como un semáforo antes de soltar los tortazos más bestias que he visto en mi vida]... también había un seglar que tiraba de campana al más mínimo desliz de los críos y la estampaba con potencia en las cabezas...
La verdad es que mi recuerdo del cole no es maravilloso, siempre me llegan sentimientos de temor y me vienen aquellos estados de alerta continua que eran norma en las horas lectivas.
Recuerdo haber estado castigado cientos de veces durante la ‘Bendición’ de los domingos, arrodillado con los brazos en cruz frente al altar de María Auxiliadora, o las tardes de cine metido en un aula y copiando mil veces ‘no volveré a hablar en el cine’... y las yemas de los dedos enrojecidas por los golpes de regla de don Jesús de Miguel... la verdad es que no nos quedaba otra que estudiar y pasar desapercibidos a los ojos de aquella jauría de hombres con sotana y alzacuellos para no acabar con alguna parte de tu cuerpo marcada. Creo que jamás me tuvo que decir mi padre que estudiase, como yo ahora tengo que decirles cada día a mis hijos, ni tampoco tiene mi memoria dato alguno de que mis padres me ayudaran a hacer deberes [los hacía a la primera y con el miedo puesto siempre en el cogote, pensando en que si llevaba algo mal, acabaría con algún dolor intenso]...
También recuerdo que en aquel cole era todo pura competición... se ponían bandas y medallas a los que sacaban las mejores notas... se ocupaban los pupitres por orden de éxito, de tal forma que los más aplicados ocupaban los pupitres delanteros y los más atrasados se quedaban siempre perdidos al fondo del aula... en cada pizarra había un termómetro que daba la temperatura del curso en función de las notas sacadas y una comparativa con otras clases... todo estaba montado para que el triunfador fuera siempre ejemplo nítido y el fracasado se hundiera en el pozo cada día un poquito más...
Y, luego, las constantes referencias religiosas en cada una de las asignaturas... Historia: ‘y las tropas napoleónicas entraron en Rusia como el pecador entra en el fango...’, Matemáticas: ‘el infinito es, además de un número representado por un ocho tumbado, la viva imagen de Dios’, Ciencias: ‘Copérnico pecó, y eso no estuvo bien, pero descubrió de casualidad el heliocentrismo... triste manera de avanzar que jamás debe ser ejemplo para unos jóvenes cristianos’... con los años me encontré con un poeta que escribió: ‘pienso en el mal, y veo Rusia’, un verso que siempre me ha recordado aquellas clases llenas de jodida ideología... y ya no hablemos del tratamiento lectivo que se le daba a moros, judíos, comunistas y gitanos... y también a las ‘heteras’, que así las llamaba ‘El Mona’.
Con aquellos curas aprendí que España era una unidad de destino en lo universal y el Latín era el idioma de la Iglesia [más tarde descubría a Catulo y a Marcial], me hice un maestro en escribir a redondilla con plumín, palillero y tintero; destaqué en ‘urbanidad’, sabiendo cómo se dejan los cubiertos al terminar de comer o cómo hay que tratar a una mujer ‘encinta’ si te cruzas con ella por la calle... también aprendí a no confesar mis verdaderos pecados [pues además de la penitencia, había consecuencias posteriores en el trato y las notas]...
Y mi mejor recuerdo de aquellos años vienen de un mes y medio que me pasé en casa sin ir al cole por padecer ‘velocidad en la sangre’, que nunca supe qué era esa enfermedad, aunque sus síntomas eran purita debilidad y muchos mareos.
De entonces me quedó marcado a fuego que cada mujer es un santuario y que en cada cura hay un ser perverso escondido al que debo descubrir antes de que sea tarde.
Y que no sé por qué me ha dado hoy por anotar estas cosillas... debe ser que estoy algo mayor.
* La fotografía es de mis años salesianos.
Yo ya no viví tiempos tan duros como los tuyos, pero aún quedaban resquicios de esa represión, de esa campanilla golpeando las cabezas, de ese formar en el patio con estilo marcial, de ese tener cuidado con lo que dices, ... Aún conocí al temido "Chover" en su último año, jugando al frontón con pelotas de las de verdad. Recuerdo a mi hermano llegando a casa con las manos rojas de darle a aquella pelota que más bien parecía una piedra. Y los atroces apodos de los maestros: el Sapo (por lo guarro que era), el Canario (por lo bien que cantaba)el Campana (no se si por ser el portador de la misma o por ser tan-ton-tín), el Miliki (supongo que por el parecido físico), ... Todo era muy estricto. Todo era ir por la línea recta maracada por los curas. Todo lo que quedaba fuera de ella era malo.
ResponderEliminarDespués de ocho años "sometidos" a la religión, lo único que consiguieron fue crear un ateo.