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Unas fotos de Sonia Luz y esta nostalgia...



Recibo correo de la inefable Sonia Luz, desde Lima, con unas fotos en las que aparece junto a mi Gabo peruano, su esposo [al que le debo una estatuilla de Cervantes... no me he olvidado, amigo], y con Anita y Eduardo, esos dos hermosos vencidos que me hicieron hueco en su casa de Lima a la vez que me abrían los brazos con verdadero afecto.
Muchos días me viene su recuerdo a la cabeza, sobre todo al amor de las constantes noticias negras que la Iglesia Católica arroja a la prensa diaria en los últimos meses... me viene su recuerdo para pensar siempre en que hay cristianos hermosos que viven su religión con verdad y con auténtico compromiso hacia quienes sienten dolor y necesidades... aún llevo en mi cabeza las palabras de Eduardo cuando le expresé que no era creyente... su respeto hacia mi opción y su tranquila determinación por el camino de un Dios de la justicia y de la igualdad entre los hombres... Anita y Eduardo, Ricardo Falla [Gabo] y Sonia Luz quedaron en mi corazón como tipos entrañables y gente de verdad que, animados por una lectura incorriente de su fe, mantienen un trabajo constante hacia los demás que resulta admirable, sobre todo si se compara con la actitud de la cavernícola curia vaticana.
Mi abrazo más grande para cada uno de ellos... y estas ganas enormes de volver a estar juntos en el bullicio limeño.



Y que de pronto me puse entre gringuito y Lucho... y se me vinieron a la cabeza Milita y el gato techero, la hermosa y enciclopédica Lorena y el abuelito Pepito con sus constantes ‘diostebendiga’, la divina licenciada de la Puente Martin y aquella chiquitilla que me contó en Paracas la historia del pescador de muebles... y que seguí entre míster y luchorrelucho mientras se me venían las imágenes de Chan-chan y la Huaca de la Luna, las ruinas de Pisco y Chincha, las islas del guano con su enjambre de aves y esa pereza falsa de los leones marinos, el desierto amarillo y la playa negra, el paseo del puente a La Alameda y aquella estatua de mármol de Carrara con la cara latina más hermosa que he visto, los paseos por las calles de Trujillo protegido por Lorena y por las de Lima arropado por Sonia Luz, las horas de autobús, los campos de espárragos, El Callao y Chicuito, los niños de Alto Moche y los zumos golosos de toronja, la caña de azúcar para chupar... y todo el pacífico a mi espalda y en mi frente para hacerse ya estigma que no cierra... tengo que volver pronto a esa otra casa mía, enorme y luminosa, donde te hablan de frente y te sonríen, donde no puedes sentirte extraño [aunque sí diferente]... volver al arroz con langostinos y a la cerveza helada, al pisco y al cebiche, a los dientes blanquísimos y al sabor a salitre, a los niños jugando como si no pasara nada... un abrazo fortísimo para todos los que allí me quisieron y me acogieron como a uno más, a quienes compartieron conmigo todo lo que tenían... y esta nostalgia del color de la arena que me pone gatinín y morrongo porque me faltan ojos y manos, miradas y tactos, sonrisas y pasos perdiéndose... volveré pronto... lo juro.
•••
16:37 horas.
Soy tan antropocéntrico como cualquier otro en mis formas de actuar diarias, sobre todo en las que no precisan mucha elaboración en mi cabeza, y es normal, pero a veces me molesta un punto darme cuenta de pronto de esa circunstancia... y es que uno es lo que es hasta que deja de serlo, que decía mi abuela, una gran filósofa, y nuestra presencia o nuestra ausencia no le supone nada al decurso del mundo, y yo diría que incluso ni a esa cosa que han venido en llamar el cambio climático... la Naturaleza en su todo, el trasunto orográfico con sus trámites, la dinámica de los gases o la mismita ionosfera no son asuntos en los que pueda intervenir el hombre de forma notable, sobre todo si medimos los tiempos de esos entes y esas materias y los comparamos con los tiempos del Hombre. El Hombre solo es un peligro para el hombre, que a su vez es un ser débil y profundamente fugaz como pasajero de esta nave que flota en el espacio y se mueve por fuerzas sobre las que no tendrá jamás control alguno. Las cosas como el cambio climático son meras miradas antropocentristas al mundo y al Universo, miradas que solo se producen desde el temor al deceso del Hombre como lo conocemos. Pensar así puede acarrearme más de una crítica, pero no me importa demasiado, y más si explico que al final todo se terminará reduciendo a un par de grandes negocios de algunos listos que juegan con el factor miedo para llenar sus bolsillos, cuando ese miedo es algo intrínseco a la existencia y a la inexorabilidad... a lo que iba, que me jode sorprenderme actuando muchas veces en parámetros antropocéntricos cuando tengo clarísimo que el hombre jamás podrá ser centro de nada.

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