Un rayo que no pesa zumbando en el mentón (¿o era un rayo que no cesa?). La Gradisca mirándome indecente desde los soportales. Un infinito extraño en las caderas y esta falta de ti –o de mí– en todo lo que tengo. La vida es un proyecto para nada, me digo, porque al fin y al cabo me puedo decir lo que me dé la gana. Me faltas, me digo, aunque no sé quién eres ni sé quién soy, me digo. Lombardas en el peso de la tienda de arriba –un toque de color siempre es prudente–. La cadera en su sitio y el hombro recordándome que es hombro. ¿Me hipnotizó Mandrake? No sé. Watanabe en la mesa y ese prohibido el paso color rojo en el rincón. La miseria con ojos, los parajes cercanos hechos de canas nuevas. Me engañan y lo sé, pero no importa. Soy un hombre tranquilo bastante Graham Green, pero no rezo. Me asusta no ser yo y tampoco importa. The Deleter es Dios en esta historia –y en todas las demás–. Gorgias con su epidíptica es absurdo. Todo muy bien, muy bien, muy bien. Todo mentira. Rúcula afrodi…
Ayer vi a mi madre postrada por una caída, con su sonrisa eterna en la boca y una carita preciosa de mapache (tiene un derrame enorme alrededor de los ojos) y le dije: – Mamá, debes pensar en usar bastón, que ya es la segunda caída en dos meses. Me miró sin perder la sonrisa mientras sujetaba un capacito de hielo contra su frente y me contestó: – Lo que tengo que hacer es tirar a la basura estos zapatos, que son los culpables de que me caiga. Luego pensé en mis años y en los suyos, pensé en cómo me sacó adelante con dos cojones cuando no había casi ni para comer en casa, cómo luchó junto a mi padre para hacernos la vida fácil a mí y a mi hermana bonita, cómo supo siempre inculcarnos dos cosas fundamentales, que hay que sonreír ante la vida y echar una mano siempre al otro y que no hay problema que no tenga una solución si la acometes con tranquilidad. La miré a los ojos –lindos, pero relindos, eh– y, sin pronunciar palabra, nos entendimos perfectamente, porque yo soy como ella, aunque al…