Recuerdo los membrillos robados en una huerta alta que había junto a las escuelas de Filiberto Villalobos, eran enormes y amarillos, y dejaban la boca rabiosa y la lengua gorda. Yo me sentaba a mirar cómo se oxidaba la mordida en aquella carne entre blanca y crema, justo hasta que tomaba un color marrón oscuro. Eran días chiquillos de baterías a pedradas y luchas intestinas que no llevaban más que a la gravedad de una pitera o a las rodillas magulladas. De aquellos días me quedan recuerdos como tesoros que suelo abrir en las tardes de calor y soledad para enredarme en ellos… los días don Sabino de capón y reglazos, las interminables tardes de taba y escondite, las mañanas de fútbol con pelota de goma en El Solano, las horas minicares y las de indios de plástico, los fines de semana en El Regajo con medio colón de pan y una libra de chocolate Suchard, las primeras novietas subiendo a El Castañar cargando el comediscos y el álbum de los singles con temas de los HH, de Nino Bravo, de los ...
Bitácora de Luis Felipe Comendador