Pido disculpas encarecidamente por esta sobresaturación de los ojos, por la bella tristeza decadente de este paisaje único y divino, por este tour de force otoñal, por toda esta ebriedad y hasta por la envidia que pueda suscitar este territorio de la nada y para la nada. Me prometí hace unos días no volver a salir al otoño bejarano, pero pasé la noche agobiado por el último deceso y me desperté como sobresaltado, como inyectado de un miedo tranquilo que me ponía azaroso –no le tengo miedo a la muerte, lo he dicho muchas veces, pero le tengo auténtico pavor al dolor y a los payasos– y me sentía herido por la falta reciente. Miré al monte cercano y lo tuve claro... hay que saber romper las promesas, aunque sean tan pequeñas y sin importancia como ésta. Tomé mi Nikon, hice acopio de tabaco y me fui a pasear las vías del tren aledañas a la ciudad, haciendo camino por ellas hasta La Centena... hacía tiempo que no tomaba este camino y me quedé absolutamente anonadado por el paisaje...
Bitácora de Luis Felipe Comendador