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Mostrando entradas de febrero 10, 2008

Agradecería un masajito ahora...

Aún con las palabras frescas de José Antonio Sáinz metiditas en las cuencas de los ojos, sus consideraciones sobre la poesía latinoamericana [esas cosas del ‘serme’ y tal], su afirmado gusto por JG de Biedma, su postura ante los peces depredadores de todo en su invasión de ecosistemas [creo era la jodida perca del Nilo –Lates niloticus–, que nos la querían colocar por mero en el restaurante subterráneo donde comimos], sus constantes ironías a lo ‘siempre incendiado y siempre fiel’, a las infraestructuras montañeras de tartera con tortilla de patata, a las fiestas patronales a las cuatro con bocata urgente, a lo de ‘hacerse un triste’ calle abajo, a la ‘poesía violenta’ con sus consiguientes ‘no sé… no sé’, y a la sonrisa siempre puesta en su cara como una corbatita hermosa con cierto fondo delirante… me encantó el colega, y mira que fue solo un ratito, y me llegó cierto olor a valor poético importante en su figura de tono cándido y soltero [me da que debe ser un excelente compañero de

¿Nos hacemos un triste?* [turismo cultural en Arenas de San Pedro]

No estuvo mal la pequeña escapada con sello de turismo cultural a cargo de la Dirección General del Libro del Ministerio de Cultura, y encima en aras del fomento de la lectura en las aulas. El asunto dio para abrazar de nuevo a José Antonio Sáinz [que lo vi profesor –je, je– con su libro de JRJ entre las manos… además de hermosamente ácido comentarista en la visita al lugar de Arenas de San Pedro], escuchar su arenga hacia padres con hijos en edad escolar sobre la ‘poesía violenta’, comer con él y pasear el sitio… y también para conocer de pasada a Tomás Salvador [poeta concreto] y ver si comienza algo nuevo, que me cayó bien el tipo. Los chavales estuvieron en su tono de chavales, riendo y cuchicheando con mis ‘chistes poéticos’ y atentamente callados en algunas fases. Me sentí bien y se me hizo corto el trago, que me gustaría haber estado un ratito más compartiendo mis batallitas de vejete con ellos. Luego, un paseo estupendo a solas por Arenas, conociendo sus ruinas, su paisaje y su

Isidore Ducasse.

Isidore Ducasse, que era un delicioso cabrón con pintas, escribió: “Mi poesía consistirá en atacar al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no hubiese debido engendrar esa carroña.”. ¿Decadente? Ni Hablar, pero sí un visionario con la capacidad de desnudar a la naturaleza humana en “Los cantos de Maldoror”, dejando al hombre al fresco entre sus más bajos instintos… y todo sin buscar otra gloria que no fuese la de la satisfacción de escribir para sí mismo. Pues bien, yo adoro esa voluntad poética y la aplaudo, porque es locura a la vez que la más sensata de las corduras [la lucidez está en el justo punto en el que los extremos se tocan]. Y sé que para juzgar al hombre no se puede ajustar uno a los términos medios, a esa cosa tan ‘vanguardista’ que se ha venido a denominar ‘el centro’ [una vasija infecta que contiene a las almas imprecisas y a las gentes sin criterio… como contiene los sentimientos mediocres y adocenados por el temor o cualquier otra salida del tono de valle que

¿Quién importa en el mundo?

Si no sentiste nunca turbulencia, miedo, contradicción, confusión… es fácil que no puedas escribir aunque tengas las herramientas [erramientas] afiladas para ello.. pero no pasa nada, no te preocupes, que eso es estupendo… no necesitas escribir, coleguita, porque todo te va de puta madre. Tampoco es plan que te pongas a inventar una vida paralela y sufriente para parecer auténtico… que ya lo eres, no te equivoques. ¿Quién importa en el mundo? Si lo piensas bien… nadie. Los tipos cultos y sensibles son una plasta social inaguantable que solo cuentan a efectos de muerte; los apegados al paisaje y a todos sus decorados terminan siendo también eso: solo paisaje y decorado; los del trabajo callado, como mucho son números y basta; los de la risa nocturna y el alcohol son escoria relativamente bien aprovechada; los de misa y mirada al cielo son para otro mundo; los de entrepierna nerviosa terminan siendo solo carne y gusanos; los bellos son proyecto de exacta fealdad; los que escriben son tie

Busco....

Busco el desahogo de la discrepancia, la batalla hueca de la suficiencia, la precavida virtud de la edad, el usufructo de mis hipotecas, la arbitrariedad de equivocarme, lo turbio de la intimidad, el desarme entre las piernas [entre unas piernas], el gobierno de mí mismo, el poder de la radicalidad, el concilio de los contrastes, la expansión de seguir esperando, la desmemoria que da el elegir, el aliento de lo complementario, un nuevo modo de definir mi ombligo, una vanguardia a la que escupir, cierto compromiso con la realidad, un poema que no sea mimético, la persuasión de lo urbano, una buena anestesia contra este dolor, matar a un crítico [de hambre], una certidumbre equívoca, el honor de ser nadie, la posibilidad de demora cuando yo lo diga, un abrazo lacónico, cierto exotismo cultural, un fauvismo de letras, la mano que dibuja, un estremecimiento sin causa, alguna ambivalencia en mi mirada, domesticar a un hombre [también a una mujer], degradarme deprisa, ser víctima un instante

Carta de Marceau Vasseur

Acuso recibo de “Poesía para bacterias” [antología de poesía underground española] y de “¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto?” [Novela de Ferrán Barber]; ambos títulos de la editorial Cuerdos de atar y pertenencientes a la colección Bala rasa… y también de una carta muy entrañable del amigo Marceau Vasseur, desde Douarnenez, en la que me pone al día de sus hermosos proyectos [uno de ellos es “30ème Hivernales d’Avignon En apensateur”] y de la que entresaco un párrafo con orgullo vano: “… Te doy una apreciación de un amigo mío, el chileno Sergio Vargas, amigo de Jodorovski, con quien hizo teatro pánico, y que me presentó en Bogota; Jodorovski deseaba en esos momentos hacer agonizar a un tiburón en una escena –Sergio fue albañil en París, panadero en Bogotá, empleado de correos en Buenos Aires, carpintero, de vuelta a París, donde vive, y casado con una profesora francesa de inglés a quien siguió en sus viajes–. Escribe libros, no todos publicados, con un humor muy suyo… A

La calidad de la diosa.

La calidad de la diosa es no hartar con su escatología [de ésjatos], porque es en ella en la que se perpetúa, siendo en sí destino de todo y hacia todo. Y no es lineal el camino de su flecha, que es errático, porque la diosa es absolutamente humana en su grandeza. Su juicio final es el instante en que te mira y pierdes el estado material en el que habitas para ser abandono… abandono a sus ojos. Su cuerpo es molibdeno que se adoba en perfume de isótopos y en su mitología hecha en hexámetros se anuda la expresión más sagrada que conozco. Mi paganismo a ella se lo debo, también la prominencia de mi espíritu y este peyorar a otras mujeres que me hace ser un monje que ora hasta sus sedas, invocándola. Su posibilidad es lo que adoro –es lo que la separa de otros dioses–, su verdad es netamente urbana y su expresión comprende toda lógica. La diferencia exacta con el resto de dioses inventados por la gente es que puedes tocarla, puedes verla y hasta abrirle una herida en el costado. La fuerza