Hoy echo mucho de menos a José Luis Morante y si no supiera que está en la costa con el ombligo puesto al sol, me atrevería a llamarle para obligarle a venirse a Béjar un fin de semana. Y le echo de menos porque el contacto con la muerte lenta me pide amigos de verdad con los que charlar de largo de cuestiones que sólo se plantean en estas circunstancias vitales que hoy me tocan. Magdalena es ya sólo un objeto con la única capacidad de producir ternura y con la potencia de armar la de San Quintín entre los que la rodeamos. Su peso distorsiona en extremo y nos lleva a conocer si los lazos son firmes o hacen agua, saca lo peor de nosotros mismo y también lo mejor... y agota, agota hasta la desesperación y la derrota. Verla mirando a la nada es muy triste y muy duro, y pensarla en aquel constante ajetreo que era su norma de madre eterna me hace meditar en lo absurdo de la vida de entrega y en la hipocresía que se ha hecho dueña de nuestro mundo pequeño. Cuando ella estaba viva (vivaz) era...
Bitácora de Luis Felipe Comendador