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Mostrando entradas de octubre 29, 2006

Luis Alberto de Cuenca

Mis pensamientos, mis actos y mis sentimientos crean el tiempo en el que suceden, y jamás al contrario. Está claro, por tanto, que el tiempo –mi tiempo– lo creo y lo destruyo continuamente, constantemente... y no es él quien me marca su paso, sino que soy yo quien lo va anotando y tachando. Por tanto, el tiempo ni se gasta ni se usa... sólo se crea. Esta nueva percepción de potencialidad me hace más fuerte, me empeña más en hacer, en crear, en pensar, en sentir. Si vives intensamente, está claro que vives más tiempo, porque el volumen de tiempo creado es mayor que el que emana del hombre anodino, y por tanto el tiempo vivido es también mayor. No es cuestión de años, meses o días... es cuestión de tensión e intensidad, de tal forma que alguien con treinta años cumplidos puede haber vivido mucho más tiempo que otro ser con cien años contados. [Trabajar más en esta idea]. (12:55 horas) Entre la bella aforística de Jonathan Swift, hay un apartado dedicado a la religión que no tiene desperd

Máximo Hernández Fernández

Envejecer es un proceso inexorable de humillación: humillación de lo potencial, humillación del pensamiento, humillación de la idea de libertad, humillación del cuerpo, humillación de la especie... La naturaleza también nos humilla cuando nos oxida, y lo hace, rebajando la atención y la tensión de cada uno de nuestros órganos, tanto de los receptores como de los fenectores. Un anciano, por tanto, es un tipo que ha sobrepasado los percentiles de vida, por lo que se ve castigado en un humillante y lento proceso de apagamiento que agota e invalida. El hombre, con sus afanes científicos, no es capaz de arbitrar medidas asociadas contra el envejecimiento que lo dignifiquen, de tal forma que mientras se avanza en el retraso de la muerte, no se producen apenas avances en el humillante proceso de degradación, lo que conforma sociedades con un índice cada vez mayor de personas no válidas para el disfrute de la vida ni para el progreso en un espacio natural. El fracaso se patentiza en la gran le

Karmelo Iribarren

La magnitud de la improbablilidad es la que me arroja siempre cierto grado de esperanza, porque lo improbable acaba sucediendo con asombrosa frecuencia: Improbable era la evolución desde lo unicelular hasta lo humano, y sucedió, como improbables son cada uno de los sucesos diarios que afectan a animales, plantas y cosas. No se espera el suceso –pues hay mil posibilidades de mucha mayor probabilidad–, pero lo improbable llega y produce sus giros, cambia destinos, enturbia futuros o los despeja... y en eso fío, porque la vida ya me ha demostrado varias veces que el control no sirve, como no sirve el camino perfectamente trazado. Damos bandazos en unos parámetros que nos resultan inexorables y el cedazo de la fortuna hace su juego, unos pasan a ser la justa mena social y el resto sobrevive en la escoria y la alimenta. El hombre es una anécdota que ríe o llora sin poder dominar el gesto de su boca. Un buen remedio para ir pasando el trago hasta que llegue el día en que lo improbable suceda

Antonio Gómez

Día festivo sin salsa, soso de atar, aunque bonito como descanso para el curro calendariero. Lo salvó un poco una actividad de la Fundación Premysa a la que asistí con mis dos chavalotes, un partido de basket sobre ruedas protagonizado por el equipo Fundosa, de la Fundación ONCE, que tiene en su palmarés gran cantidad de éxitos nacionales e internacionales. Me llamó mucho la atención uno de sus bases, Jorge Iglesias, un tipo vivo, nervioso y muy mediático que me pareció el alma del equipo –le hice una foto junto a mi hijo Felipe–. Es impresionante ver cómo dominan la silla y la bola al mismo tiempo, sus estrategias de defensa –son duras– y sus armadas jugadas de ataque... y sobre todo la alegría, el buen rollo y las ganas de todos los integrantes del grupo, gente amable y dura a la vez, con la sonrisa siempre en la boca y con un afán de superación que para mí lo quisiera yo. Muy bien por Premysa en esta actividad, que va un poco por el camino que ya anoté en una densa reflexión de hace

Abraham Gragera

Echo de menos aquellos «artefactos» que en los años setenta hacía Nicanor Parra y que yo descubrí por los noventa. Recuerdo que cuando los conocí empecé a jugar mucho en esa línea y realicé montones de dibujos y textos breves que se fueron perdiendo en cajones, en cambios de local o simplemente en bolsillos de pantalones puestos a lavar. Hoy me da lástima esa pérdida y me gustaría haberlos conservado todos como cromos de una colección de chispas personales... pero el afán de guardar me ha llegado tarde y el recuerdo está nublado. (22:42 horas) Acaba de empatar mi Barça y no pasa nada, porque el fútbol es una mierda mediática de tipos inmorales hundidos en dinero. Lo jodido es que me acuerdo ahora de un tipo del Madrid que hace un par de semanas estaba en el bar donde mí hijo Felipe y yo habíamos ido a ver tranquilamente el Barça/Madrid. El perico era soez, insolente y desagradable hasta a la vista. Sus comentarios durante el encuentro –que el resto de personas disfrutábamos relajadamen

José Luis Morante

Cuando Jorge Wagensberg escribió que «La noche es el eclipse más frecuente», sus zapatos bailaban fuera de sus pies y probablemente no hacía frío. No hay como los pensamientos bien trabados en aforismos o en breves reflexiones, igual que no hay genio que se demore en lo complejo –porque resultaría absurdo– y pase toda su vida en escrutar la simplicidad y aprender de la sencillez. Una novela –la que se le ocurra a quien lea estas palabras, cualquiera– siempre es una mierdecilla si se compara con un pensamiento lúcido. ¿A qué enredarse en perder el tiempo en una historia, si la historia nace sola en la cabeza a partir de una reflexión brillante?... Todo es culpa del dinero, del jodido dinero y de quienes lo mueven y lo multiplican. Ellos hacen millonario a un novelista mediocre y cierran los ojos ante la genialidad encerrada en siete palabras.

Herme G. Donis

Hoy ando como Gorgias, coño, o peor, porque para el difunto periquito no existian el «ser» ni el «no ser»; sólo admitía la palabra como existencia bella o poderosa... Y para mí, hoy, ni la palabra parece tener existencia. Gorgias Comendador de los cojones... metido ya diez días en un poema y sin saber salir... dándole vueltas a un concepto que está claro en la cabeza, pero que se niega a aflorar en la mano para ser poetizado. Las horas bajas son así... lentas, tediosas, fracasadas... y cuando se enfrentan a los pequeños momentos de lucidez, parecen la postal de un enorme muro o de una selva inexcrutable. Lo curioso es que me entreno en sonetos y funciono, estoy ágil, vivaz, ocurrente; aparecen los vocablos con facilidad, las rimas nacen y la medida es una marcha militar que no requiere más que el tiempo de escribir sus trazos... pero el poema que busco, el necesario para estos días, se niega a salir, está enquistado en la cabeza como un forúnculo enorme y doloroso. Y ya llevo escritos