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Mostrando entradas de diciembre 3, 2006

Federico Garcia Lorca

Otro año más. Ya. Pasó. Nos invitaron a comer mis padres en su casa y fuimos los cinco con hambre y ganas de estar juntos. Paella de mamá –que es una pasada–, Chuletillas de cordero, salmón, flanes caseros y tarta de chocolate blanco. Me encantó la reunión y que me llamara mi hermana durante la comida. Mientras se retiraban los platos de la mesa me preguntó mi padre delante de mi madre: «¿Hijo, cómo la ves?». Yo le contesté que guapa de morirse. Y mi padre: «Es que yo se lo digo y se ríe de mí, no me deja decirle esas cosas y se anda quejando todo el día de que está mayor... que se compare con esas amigas que tiene, que se compare...». Y mi madre: «Calla ya, que estás tonto. Si no hay más que verme...». Me encanta verlos así, discutiendo entre sonrisas por amor. Y es que papá las ha pasado putas con la enfermedad de mamá. Emocionalmente lo ha llevado mucho peor él que ella, pues se ha visto solo en situaciones realmente jodidas, y su carácter y su sensibilidad sufren enormemente con es

Blanca Varela

Después de no saber nada de Belén durante un montón de tiempo, hoy me llega un paquetito suyo con un precioso regalo de cumple, un disco de Malicorn, «Marie», que me sabe a gloria bendita. Es estupendo que los amigos estén siempre, aunque sea en silencio, y Belén es una amiga a la que no querría perder nunca. Gracias por ser y por estar siempre. Un beso. (22:42 horas) También es imposible ser libre en los mundos imaginarios, en los caminos pararlelos y en la suposición de la vida de los demás. Y es jodido darse cuenta de ello, sobre todo cuando has apostado toda la fortuna a esa baza. Yo aviso a los caminantes para que no se lleven desilusiones: Colegas, nunca podréis ser libres, en nada. Ajo y agua. También hoy me han llegado noticias por terceros de Luis Alberto de Cuenca y de Alicia Mariño. Me cuentan que están fabulosos y que siguen en su tono. Yo me alegro mucho a la vez que cierro los ojos fuerte, fuerte para que se convoquen los astros y propicien un temprano y gozoso encuentro,

Carmen Martín Gaite

Llegó el jodido frío atacándome fuerte a los bajos. Otra vez la cistitis crónica vuelve a traerme una incomodidad de la que ya me había olvidado. Mi hija se ha ido a pasar el puente en Salamanca con las amigos y confieso que me cuesta un poco procesar esta circunstancia –cosas de ser padre–. Sé a lo que va y confío en ella, pero me queda un no sé qué protector que me hace permanecer constantemente alerta y pendiente de sus llamadas. Imagino que esto se irá diluyendo con el tiempo, como todo. En el fondo no quiero que se vaya nunca de casa. Para pasar mejor el agobio, me he puesto a maquetar este diario con el fin de sacar unas copias de todo el material que conservo. Me falta la segunda etapa, que la perdí en un estallido del sistema informático, y la primera, que está publicada en «Béjar Información» y habría que hacer el trabajo de picarla –para tal empresa ando ahora sin ganas–. Me apetece imprimir un ejemplar para cada uno de mis hijos y encuadernarlos con el fin de que si un día q

Maite Iglesias

Recibo emocionado mi primer regalo de cumpleaños. Mi coleguilla Maite, la divina chelista intranquila que ya me descubrió a la Du Pré, que me arregló una semana con el «Swinging Bach» o con las hermosas sorpresas Maitana, me ha hecho llegar un tesoro de los de verdad junto a una antigua edición Grijalbo de «La isla de las tres sirenas», de Irving Wallace –prometo leerlo con mis gafas viejas–. El tesoro es hermoso de abrir... [me falta la música de fondo en este punto, que debe ser algún tramo Yann Tiersen... por ejemplo «Si tu n’etais pas là»]... una caja de lata con un pañuelo de gasa rojo perfumado, cuentas y conchas, anillos, iconos, recortes, postales, planos, papel de fumar, monedas, chismes... que en conjunto conforman algo mágico, delicado y delicioso. Abrir la caja me ha llevado a un mundo especial y paralelo del que no quisiera salir nunca... ¡¡¡Qué bonito, Maite!!! Pongo a cero mi marcador y entro en deuda. (21:15 horas) Mi Barça va ganando por dos goles a cero al Werder Brem

George Orwell

Recuerdo hoy el fabuloso discurso sobre la desigualdad de Rousseau, y lo recuerdo porque cada día se me hace más presente, consciente y ominosa esa sinrazón si la pongo en valor junto a mi propia vida y experiencia. Hablaba el hijo del relojero –era suizo el periquito– de dos tipos de desigualdades, la natural y la moral. A la primera, la natural, la dotaba de cierto carácter de inexorabilidad, pues viene dada por ese azar inexcrutable de la genética, conformándose así desigualdades de edad, de sexo, de capacidad reflexiva, de fuerza corporal... y a la segunda, la desigualdad moral, la llenaba de otro azar más humano, el de la convención entre los hombres... así se pueden valorar desigualdades entre ricos y pobres, poderosos y vasallos, amos y esclavos, jefes y obreros... Y esa/esta desigualdad moral pronunciada por Pousseau es la que me interesa vivamente, en sí misma, en su conformación y en sus consecuencias. Quizás el hijo del relojero alumbraba con esto un bravo sentimiento social

Lawrence Ferlinghetti

Se acerca mi cumpleaños y ya ando enredado en ese sentimiento repetido del mal de edad. Visualizo las nuevas cifras y me acojono. Me miro al espejo y me acojono aún más. El disfraz no sirve, pues aparecen los cuarenta y nueve tacos encendiendo unas canas que quieren esconderse entre una melena que se me hace ridícula para mi edad, la barba se nieva más que la jodida Sierra de Béjar –o de Candelario, que es la misma– y el descenso se señala en las cicatrices que marcan toda la piel y que ya no desaparecerán sino con la putrefacción. ¿He sabido crecer?... No lo sé, aunque para mi bien he mantenido siempre un espacio aparte en el que desenvolverme fuera de los rigores del cuerpo. En lo físico, este año lo he saldado con una pérdida ostensible de peso que no sé a qué se debe, pues no he puesto nada de mi parte en tal circunstancia; no he visitado ni una vez a mi médico de la Seguridad Social, he pasado una gripe severa, dos o tres catarros, varios ataques de cistitis y una lumbalgia cabron