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Mostrando entradas de noviembre 9, 2008

Todo marcha con normalidad.

Quitando que me compré la almohada ‘Viscolátex de Aloe Vera’ de fibra inteligente para ver si se me arregla un poquito este dolor de cuello persistente y continuo, y que me costó una pasta, y que no duermo desde el lunes pasado porque esa hija de la gran puta [la almohada, claro] ha tomado mi cama como suya y hace lo que le sale de sus ingles con mi cabeza, moviéndola y desacomodándola constantemente con ese sonido suyo tan cabrón: “fissssssshhhhhhh”… quitando que me bebí el jueves por la noche unas copitas del ron reserva especial que la hermosa Lucy me trajo desde la misma Habana y que el viernes me lo pasé vomitando y desmadejadito entero [adjunto imagen de la noche bebercia con Gerar y Joselín, que salió movida por las circunstancias que ya pueden imaginarse]… quitando que llego mi nuevo MacBook y no fui capaz de encontrar en todo el jodido día la conjunción de teclas para poner el “@” en la pantalla [era porque no había seleccionado el idioma “Español ISO”] y el internet móvil de

¿Qué se puede ser fuera de la esencia?

¿Qué se puede ser fuera de la esencia?… ¿quizás la certeza? No me gusta. Me siento despoblado, pero no muerto, y noto cierta angustia por el rastro y las huellas que he dejado… tanta angustia, quizás, como me dejan las huellas pendientes… y no sé descansar en este continuo perderme por salir del camino marcado para buscar a los muertos que no acaban de morir o a las mujeres que no han aprendido a entregarse.

Escritores contra la guerra

Hoy, enredando entre mis libros viejos, encontré el ejemplar de “República de las Letras” en el que colaboré con un trabajo para el especial “Escritores contra la guerra” [nº 80 del 2º trimestre del año 2003], y me emocioné al releer aquellos textos encendidos y la hermosa compañía que llevaba para alzar ese grito común tan necesario [Eduardo Galeano, Harold Pinter, Ernesto Sábato, Humberto Eco, Benjamín Prado, Michael Moore, Rosa Regás, Paul Durán, Lidia Falcón, Salomé Ortega, Gregorio Gallego, Miguel Veyrat, Pedro M. Villora, Víctor Corcova, Domingo F. Failde y Norman Mailer]. Recuerdo que aquel acto literario de protesta me dejó encendido, lleno de ganas de escribir y realmente esperanzado en la posibilidad de cambiar el mundo. Mi ejemplar está ya amarillo por el paso del tiempo y el poso del humo del tabaco… y las cosas siguen igual o peor… Yo ya apenas escribo los gritos que me crecen adentro [pues me he quedado en el éxtasis de la individualidad y en la evocación de lo lúbrico],

Paraíso ahora.

“Tu cabeza está llena de bicicletas blancas, tu corazón un tren desbocado y oscuro. Por tus venas galopan caballos alarmados. Amas el sol y el riesgo, el fuego y el futuro. Islas hay en el tiempo donde vivir querrías y pueblos donde son las tareas comunes… En la escuela se aprende a manejar cometas y a vivir que es lo mismo lo mío que lo tuyo. Y sales a la calle y la ciudad te niega, y dos y dos son cuatro y mañana hace frío y hay una chimenea debajo de tu cama y alguien dictando normas dentro de tu bolsillo. Y en la pared escribes tu granada de sueños, tu estallido de nuevos horizontes auroras. Y tu imaginación contra la gris costumbre pide la vida es nuestra, paraíso ahora.” Comencé a escribir poesía con desazón cuando leí el poema “Duérmaste madre”, de José Luis Majada, y escuché la canción “Paraíso ahora”, de Pablito Guerrero, que pone hoy cabecera a esta entrada. De aquel amar intenso y doloroso de José Luis y del estallido de imágenes hermosísimas de Pablito se me vino como un vó

Me encanta jugar en el límite.

Me encanta jugar en el límite de los sentimientos, cruzarlo e intentar crear tensión con ello. Para hacerlo, necesito palabras y las busco constantemente, con auténtica fiebre de loco de atar… busco palabras blandas que recojan en sí lo que yo llevo adentro sin tener que explicarme demasiado, palabras capaces de la profundidad y del brote hormonal… y en las noches intento procesarlas con una alquimia extraña a mí [una alquimia que llega, sucede y no la entiendo], las saco de su normal contexto y juego a precipitarlas en el matraz de la idea que me come para hallarlas potentes, distintas y mejores. Me encanta jugar al indicio, a haceros imaginar lo que es o quizás no sea, a provocar el pellizco ahí adentro como si fuera vuestro. Y me queda de todo este proceso el saber que voy nombrando [con éxito o sin él] mi mundo poco a poco, verlo crecer y hacerse, verlo chispita y llama algunas veces… y en ese mundo crezco y me hago joven, me siento virginal y amoratado, me encuentro especialísimo

Me escribió Antonio desde México.

Dos hermosas noticias me llegaron con el final del día de ayer: Belencita va a venir a visitarme con un nuevo libro entre las manos para editarle y Antonio Orihuela me escribió desde México para contarme que estuvo en Colombia y que en la Biblioteca Nacional encontró un ejemplar de ‘Lo que piensa la ballena del arponero’, lo tomó en sus manos y pudo comprobar que había sido prestado varias veces [ese libro es un buen poemario de Antonio que edité en mi colección ‘El árbol espiral’ hace unos años]. A lo que se ve, el trabajo callado termina dando sus frutos, aunque parta desde la humildad y nazca sin apenas posibilidades. El mal rollito me vino al pensar en mi amigo allí, mientras yo me he tenido que quedar con las ganas de estar a su lado en este viaje [le envié hace unos días a México DF algunos ejemplares de la antología de poesía mexicana que había editado para la ocasión –“15 balas”– con el fin de que me sustituya en las diversas presentaciones que íbamos a realizar juntos de este