7 de febrero de 2009 Uno, que toca casi todos los palos y aprendió a sonreír en cualquier sitio, pasa del frío al calor con la facilidad de los ángeles y consigue volatilizarse en una suerte de sublimación personal que alcanza límites insospechados. Ayer, por ejemplo, me tomé unas cervecitas en mesa chica junto a mi Fabio querido, junto a Carlos Therón [goyeado dos veces hace unos días por la Academia de Cine], junto a la niña Mombaça [le di un traguito a su cerveza sin querer... lo siento, hermanita, y estaba rica], junto a un tipo estupendo que conocí en Morille y del que no recuerdo el nombre y junto a mi Mariangelona [estaba feliz, pues había venido todo el camino hablándome de la obra de Carlos, de que lo había conocido en Béjar durante las jornadas de cine español, de que había visto su peli y le había encantado, de que le encantaría coincidir con él y hacer amistad... y se lo encontró de sopetón como un tipo encantador y normal, cerveceando y riendo... así que disfrutó mi chica]...
Bitácora de Luis Felipe Comendador