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Mostrando entradas de febrero 11, 2007

Errar mientras das lecciones es un jodido marco para tu retrato.

Volver a la estética de la resistencia como quien vuelve cada mañana al trabajo, como quien recoge su cosecha desolado por el granizo o como aquél que ya no le ve sentido a la norma. Resistir también es vivir, pero sobre todo es sobrevivir. La guerra sabe mucho de esto... o lo hace saber, pues muestra la importancia de la propia vida sobre la de todo lo demás. En ella, en la guerra, la justicia es otra, la moral es otra y las necesidades se resumen en otras [muy pocas]. De eso debieran saber un poquito tipos tan fríos y suciamente interesados como Bush o José María Aznar [debieran saberlo en sus piernas, en sus brazos, en el arco de sus cejas y en cada una de sus jodidas vísceras]. El resistente tiene la opción de la muerte sobre la estupidez de una vida sin posibilidades de tono positivo. Sobre la propia muerte y sobre la muerte ajena. Al resistente no le importa lo circunstancial, pues ve lo práctico en los límites y vive en ellos. Mi ventaja es que sé vivir la resistencia sólo en cl

Escribe lo justo para nombrar lo injusto.

Veo en to-béjar que se me «copiaypega», y me parece bien, como me parece bien también que se diga, se denuncie, se comente... Mejor, me parece muy bien. No me parece mal que la gente escriba incorrectamente si soy capaz de entender, que la lengua está hecha para entenderse, y si cumple esa función, pues miel sobre hojuelas. No iba de eso el asunto, no... o sí, porque si un periodista no escribe con corrección... es un mal profesional [oye, y a todos se nos deslizan un montón de erratas; a mí el primero... no se habla aquí de erratas, sino de iteración constante del mismo fallo], y si además mezcla la información con la opinión y va de objetivo... pues bastante peor... Mucho peor, coño. La movida viene porque, por un lado, los gratuitos deforman al lector ya no sólo ideológicamente, sino que le hacen tomar por correctas las expresiones más peregrinas y, por tanto, convertirlas en norma de uso para mayor podredumbre del idioma [esto sí me jode]... y por otro lado me cansa ver la misma de

Lava tus trapos sucios en una plaza llena y notarás cómo se vacía.

La historia contemporánea de mi pueblito estrecho cada día se parece más a una película de romanos, pero de romanos de la Roma decadente y de serie B, coño. Y siendo asunto de largo serio, viene haciendo sonreír a todo hijo de vecino que mire con cierta distancia y sin involucrarse [qué término... «invo-lucrarse»]. Corren ya por las calles anónimos de un sospechoso izquierdismo verdezuelo [éstos pegados en paredes y pisados por el suelo], y otros repartidos por repartidor a domicilio con cierto olor a derecha consuetudinaria y distinta de esa otra vieja derecha de ricos... y aún de esa otra esperpéntica de obreros de derechas con mando en plaza. Corren papeles gratuitos a «fondo perdido» y metidos por cojones a fuerza de mancillar los buzones particulares y comunitarios [éstos, todos del mismito jaez y con olor a subvención CE y a apoyo PP]... la derecha es de papeles hoy [que para eso maneja la pasta] y la izquierda de virtualidad mediática internetera y de tarifa plana... Todo un bat

Eres por lo que buscas... no por lo que encuentras.

A veces la vida sorprende con castigos que no son consecuencia más que de un raro azar, pero por norma uno acaba padeciendo siempre por lo que se ha buscado. La mayoría de las veces se acaba sufriendo por haber querido ser lo que no se puede ser o por haber aparentado ser lo que no se es. Estos sufrimientos pueden ser pequeños si se quedan en lo íntimo y, como mucho, tocan el orgullo cercano. Otra cosa es cuando se defiende la causa del error a voz en grito y se suma necedad a lo que en principio fue equivocación... El mal, entonces, no está en el error cometido, sino en el empecinamiento en mantenerse en él, y de ahí se llega a la arbitrariedad, y de ahí se llega a la destrucción por el otro, y de ahí se llega a la autodestrucción. Vivimos tiempos de globos en el aire, con líderes ridículos en lo grande y en lo pequeño, en el salón y en la calle... gente sin formación humanística que domina por el engaño y alcanza las pequeñas y las grandes salas de mandos de esta sociedad loca. No ha

Grave tarea la de desexistir.

Hoy, a la hora de la comida, me dice mi Guillermo [comenos los dos solos todos los días de diario y somos compañeritos]: «Papa, ¿de dónde salen los raviolis estos que nos comemos?» [él llama raviolis a los tortellini]. Y yo le digo que se hacen con trigo, con harina de trigo... « y el trigo, papá... ¿quién lo inventó?»... y yo dudo y le respondo que no lo inventó nadie, que lo siembran los agricultores... «No mientas, papá... el trigo lo inventó Dios, que me lo han dicho en el cole». Y yo me cabreo porque no sé explicarle de una forma infantil quién cojones inventó el trigo, ni decirle que yo no creo en Dios aunque aguante a sus mesnadas... «Jo, papá, Dios debe ser más poderoso que Dark Weider y que el emperador de los Toa juntos, ¿verdad?». Comí en silencio los puñeteros tortellini y el niño no dejaba de mirarme esperando asentimiento a su pregunta. Al rato, sin más, le espeté: «Dios no existe, Guillermo». Se quedó estupefacto, pensó, tomó un par de bocados de su plato y me dijo: «Ent

Soy independientemente de que tú quieras ser.

La idea del individualismo que alumbró Hobbes ponía a la sociedad en un lugar que me gusta: «La sociedad es simplemente un instrumento que nos ayuda a proteger ciertos derechos y a producir algunos bienes en mayor cantidad». Sé que la proposición peca de simplista y, por tanto, admitiría millones de argumentos en contra, pero me gusta a rabiar. El individuo como responsable íntegro de su moral y su ética, generador de derechos y usos, y generador de una secuencia de libertad [o hacia la libertad] que muy bien podría entroncar con la idea de «hombre» como posibilidad única y lanzado a la vida. Hombre para escojer y decidir, para avanzar o retroceder... y nunca «hombre» en función de lo social, sino en función de lo individual. Desde esta persepectiva –bastante más trabada, por supuesto– deben desaparecer los valores preestablecidos y fijados por el pasado social y ser enunciados de nuevo con la magnífica capacidad de ser susceptibles de los cambios –por razón demostrada– que les aplique