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Mostrando entradas de enero 28, 2007

La razón a veces sobra.

Si algo envidio de ti, amigo Alberto, es la magnífica gestión que haces de tu instinto cuando el azar tiene tanto que ver en los resultados. Instinto y azar que sabes favorecer siempre con la reflexión precisa. Yo siento que ahí hay algo alquímico para lo que hay que estar dotado y formado. Y luego el dominio del tiempo, el saber escoger el grado exacto de calor en un segundo, el lanzarse a la obra candente como un suicida para intervenir en ella con un juego enervante de triunfo o desastre. Sí, Alberto, ya sé que el instinto es una mecánica incierta de la mente, un gesto de hormonas que apenas responde a pensamientos previos y elaborados, quizás hasta una suerte... pero su valor reside en que te dota de una calidad animal de la que el hombre ha desertado y te acerca a un orden bioquímico que para el hombre es caos. En el instinto es tu naturaleza química la que busca salidas posibles y viables, y en él eres profundamente idividual, porque el latido es tuyo y para ti, dado que el otro

Me da la sensación de que la delicadeza es autodestructiva.

Una inminente exposición en Madrid del colega Manuel García Blázquez me lo ha traído de pronto como caído de ese otro tiempo salesiano [expone en la galería Zúccaro, de la calle Hermosilla, desde el día 19 de febrero hasta el 10 de marzo]. Mi trabajo de impresor ha hecho la magia, pues ha tenido el detalle de encargarme el folleto para esa muestra. Mi reencuentro ha sido fugaz, lo justo para realizar su encargo mientras yo le daba seguridad en el resultado y Manolo dejaba asomar su tranquila timidez y su pausa de corte romántico. Hoy le acerqué el resultado de mi trabajo hasta su casa de El Castañar, una delicia de lugar que transporta a otro tiempo y a otra sensibilidad que me gustan [recordé entonces que hace tiempo envidiaba su gesto de llevar un botón antiquísimo sobre la solapa]. La visita fue breve porque Manuel es muy amable, pero emana distancia. Al llegar a mi estudio examiné las láminas de sus cuadros con tranquilidad y me sugirieron poemas de Pessoa y canciones de Caetano Ve

La verdad siempre resulta triste.

Quizás el nivel de aislamiento dé la medida de la vejez particular, y no sea el tiempo en su decurso el que tome tal decisión. Uno envejece socialmente –lo social lleva a lo físico– en la medida en que va siendo aislado, no tenido en cuenta para la toma de decisiones. Cuando alcanzamos la madurez (?) solemos ser centro de la mirada de nuestro núcleo cercano, ya sea social, familiar o profesional, buscando siempre la dirección a seguir. Ahí ocupamos la cumbre y marcamos el camino –mal o bien, que eso casi nunca se sabe–. El hijo se refugia en la seguridad del padre, el aprendiz en la del obrero experto y el político imberbe en la del político avezado y curtido en mil batallas. Entonces eres de alguna forma imprescindible... Después, cuando el hijo crece, el aprendiz aprende y el imberbe político se curte, empieza a llegar poco a poco el aislamiento, que se va notando por esa sonrisa amable que se posa en la cara de la gente, una sonrisa que alumbra su seguridad e indica taxativamente tu

Con estos mimbres vamos a perder el tiempo.

Casi hagiografo, coño... me ha hecho gracia. Zumba el pastel y alguno no acaba de entender que somos a medias, siempre a medias; que nada es blanco entero o negro puro, que lo bueno se subsume en lo malo y viceversa, que en el empecinamiento está tanto el error como en la flaccidez de ánimo. Llevo ya unos años pisando la frontera del «todo me toca los cojones» y ya me he acostumbrado a vivir en ella, un pasito aquí y otro allá. ¡Ay!, la vida... con el hombre ocupando el centro en un «siempre» hasta que se acabe, haciendo causa de lo que no tiene sentido porque simplemente no existe... Mi abuelo murio de eso; bueno, lo mataron por eso. En fin... Qué bonito debe ser trabajar de funcionario de lo que sea. Y también debe ser muy bonito conocer exactamente el origen de la culpa, la propia y la ajena. A mí me contaron de chico –y lo creí– que el hombre es «hombre» porque se supo dotar de una organización sujeta a ciertas normas que deben ser norte a pesar de que no resulten cómodas. Y desde

Siempre me equivoco como me apetece.

No sé con qué intención –aunque la imagino– un tal señor Gadea define como «(casi) hagiográfico» un entresacado de este diario en el que hablo del colega Paco Montero... ni me importa demasiado, la verdad sea dicha. A su amor –al de ese entresacado– sí que me apetece indicar que con ese texto tenía muy claro que apoyaba a un amigo que lo necesitaba en ese momento –no voy a ocultar que Paco anda de capa caída a causa de ataques y comentarios generalmente anónimos que ponen una jodida sombra de duda sobre su persona en los últimos meses y anda valorando la posibilidad de mandar sus proyectos bejaranos a la mierda–. Y no quiero ir más allá porque no me apetece. Francisco Montero es mi amigo –«mi amigo»– y me tiene para lo que precise, para animarle, para discutirle, para reprenderle, para defenderle y para apoyarle... e incluso para hacerle una completa hagiografía, claro, cómo no, faltaría más, que yo siempre he hecho hagiografía de mis mejores amigos. Cuando otros miran y vocean lo malo

El equilibrio es una fantasía del desasosiego.

Ya he leído el libro «Las cinco abejas. Béjar en el siglo XX», de Jesús López Santamaría, y debo decir que de toda la literatura histórica que hay sobre la ciudad tratando el mentado siglo, éste quizás sea el trabajo más aceptable si obviamos el tratamiento a la última decena del siglo. Una cosa me ha molestado –mejor decir que me ha jodido–, y es que no se ha tenido en cuenta como fuente a mi «Béjar Información» para datar esos años, mientras que se extraen datos del monocolorista «Plaza Mayor» para apoyar esas fechas –mala visión de la jugada por parte del autor al no enfrentar datos. «Béjar Información» fue un semanario plural, una tribuna libre y una mirada distinta y veraz –si es que la veracidad existe– de todo el tiempo que cubrió con sus noticias y sus opiniones. Dio voz a un montón de silenciados de cualquier color político y clase social, mostró opiniones crudas y muchas veces encontradas, habló de una historia de Béjar distinta y muy distante de la percibida como oficial, pr

Rozar la derrota ya es haber vencido.

Hoy he salido tremprano a desayunar con mis hijos varones [la moza llegó a eso de las seis de la madrugada y sólo atinó a decirme en una extraña melopea somnífera: «tráeme algo rico, papá»]. Pillamos unos colacaos con bollería y reímos juntos un ratillo hasta que Felipe, en el que ya hierve una cabrona adolescencia, me montó su número diario de enfados sin razón. Quería que le diera cinco euros para comprarse no sé qué, y yo le oferté la mitad con la sana intención de negociar, pero se lo tomó mal y puso unos morritos que aún deben durarle. Si será cabezón, que no pilló los dos euros cincuenta que yo le daba y que volvieron a mi bolsillo. La pubertad preadolescente es poco práctica. Guillermo estaba radiante de felicidad con su desayuno puesto entre pseudoesquiadores de tirilla y nada. Me encanta desayunar con mis mozos. (11:34 horas) Enredando en mi biblioteca me doy de bruces con una edición de Jean Piaget [«Lógica y psicología»] que me sirvió de apoyo durante el tiempo en el que int