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Mostrando entradas de enero 13, 2013

Apuntes de mi cuaderno de enero.

“Este sentimiento de fuerza, de poderlo todo, ¿viene del sueldo o de la madurez?”... que Pavese se hiciera este tipo de preguntas lo hizo absolutamente genial. A mí solo se me ocurren sandeces que por comparación me dejan muy por debajo de sus zapatos. ••• El sordo me mira desde la sillita de su despacho, y no es sordo, pero es sordo siempre para lo que yo le pregunto... siempre con sus asertivas de desvío, con esos cambios de tema que no tienen ningún sentido, si lo miras bien. Quizás sea su misión en ese despacho, hacerse siempre el sordo con todo el que le plantee cuestiones inconvenientes con la empresa... de pronto me pregunta por la familia como me ofrece un caramelo... ‘son de limón y están buenísimos’... pero yo insisto en mis dos o tres preguntas... hasta que me dice eso de ‘pásate mañana, que se me está acumulando gente’... me voy con la cabeza gacha (agachá) y pienso que quizás yo sea mudo y aún no me he dado cuenta. ••• Todavía falta quien venga a acusar

Enrique Comendador... una huella indeleble

El tío Enrique, el hermano mayor de mi padre, era el tipo que mejor decía los tacos más enormes en los momentos precisos, y siempre le admiré por eso, por cómo era capaz de explicar en dos palabras gruesas su sentimiento, del tipo que fuera... y en su boca jamás sonaron mal, sino todo lo contrario, hasta el punto de que es muy probable que mi afición a la expresión gruesa proceda de él, así como el sesgo irónico/icónico que siempre le he dado a ese tipo de expresiones en mi vocabulario... pero el tío Enrique no se podía resumir solo en eso (que para mí ya es bastante por el universo que me ha aportado), pues fue siempre un luchador de carácter, un bellísimo empecinado en la defensa de su forma de ver la vida, un trabajador infatigable y un hombre bueno sobre todas cosas (no en vano fue siempre portador de la envidiable genética del abuelo Saturnino). Los malos tiempos, siempre cabrones con los pobres, desperdigaron a la familia durante aquel postfranquismo ingrato, y mi tío Enrique