Mucho que contar de estos días de silencio y salidas nocturnas, como que han venido en visita de ver y no ver Antonio Orihuela con su Mar y su Ángela, derrotaditos de viaje y con ganas de posar sus cuerpos en Salamanca –dejaron botellita de vinillo de naranja moguereño–, que la furgoneta ha quedado herida de muerte en el puerto de Vallejera, que Marcos Díaz ha reseñado de vicio mi visita a Hervás en «La Crónica del Ambroz» –gracias, colega–, que acabé con la pesadilla del libro de fiestas de Guijuelo sin demasiadas heridas, que me cisco en todos los muertos de las encuadernadoras «Horizon» y que estoy de blues, que es como estar de vacaciones chulas. Y del «estar de blues» me van quedando estampitas que guardar en plastiquitos para verlas con tiempo y con espacio: Un Alberto Hernández chulo haciendo de padre y esposo y amigo nocturno –no se puede ser noctívago con tanta compañía, pero sí feliz– y jugando a una cosa Requena –el abuelo–, pero de mucho mejor rollo y sin peligro alguno de ...
Bitácora de Luis Felipe Comendador