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Mostrando entradas de febrero 18, 2007

La amistad de verdad es como un regreso.

Amanecí tan nublado como el día, y demasiado temprano para ser sábado con el agravante de haberme pasado el viernes al raso rotulando un camión [llovía]. Quizás el gusanito de esperar esta mañana a Morante, que viene a verme después de un ni se sabe, me haya robado del siempre esperado sueño sabatino. Salí temprano de casa con el ardor guerrero de encender el primer cigarro, fiando en que PdeT tuviera abiertas sus puertas para hacer el acopio del tabaco necesario. ¡No!, el jodido PdeT estaba cerrado y el mono nicotinero empezó a hacer mella en forma de ansiedad. Solución urgente: pillé una colilla larga de anoche para hacer tiempo o para engañar al tiempo, que es y no es lo mismo. Salí a fumarme mi colillita a la puerta de la imprenta y miré mi coche con admiración: «¡Qué carro, Felipe, qué carro, el que querías...». Le di una vuelta mientras le echaba el humo y me percaté de que algún hijo de puta le había rayado el morro con inquina. Cosas de Béjar y cosas de todos los sitios. No me

Cuenta tus días por palabras y tus palabras terminarán siendo los días de otros.

Visto con lógica, el tiempo es para comérselo. Comerse con gula el tiempo de los hijos, deglutir despacio el tiempo de los padres, tapear con el tiempo de los colegas y vomitar el tiempo de los enemigos. También tomarse el tiempo de soledad como un café a las tres o una copa tranquilo antes de que el sueño se ponga a la mesa. Hoy he leído por cuarta vez [con afán corrector, claro, que estoy a punto de meter en máquinas ese ahijado nuevo] el «Navajo Brigde» de Juanjo Barral y me gusta a rabiar. El tipo es de prosa fácil y alcanza un alto y novedoso nivel metafórico en su jerga by road. Estoy seguro que este pequeño diario de viaje va a encantar por el tono y por la velocidad, por su cosita single y por mostrar una hermosa forma de pasear la vida. Barral es un monstruo de minorías étnicas que se pierden los tontolculos, los boboloscojones y los cándidos literarios, vamos, los zorolos de culo pegado a una silla. Estoy muy feliz con poder ser el mago de esta edición, y ya no digo si la jun

El peor veneno es el que se pronuncia.

Me llega el triste comentario de que un político local ha declarado en su fiebre preelectoral algo parecido a lo que sigue: «El señor Caldera nos prometió el oro y el moro... el oro no lo hemos visto, pero al moro nos lo encontramos todos los días por la calle...». Si tan desafortunado comentario es cierto, permítanme que entre en estado de cólera y le diga al paridor de tal exabrupto que se merece, como mínimo, el más jodido de los destierros. Me toca los cojones que estos tipos se destrocen con memeces, con interpretaciones y manipulaciones absurdas de datos tan maleables como la población, el paro o el «yo lo hice antes que tú»... me resbala que utilicen rencillas familiares para esgrimir un apellido como arma blanca y absurda con el fin rechoncho de machacar al contrario... me la refanfinfla que se pongan afónicos de vomitar odios pequeños y particulares... Lo que no tolero es el ramalazo de corte fascista/racista que lleva a ironizar sobre «seres humanos» que en unos casos lo está

Mido las desventajas del yo plural.

Vivimos entusiasmados por la singularidad, vamos, que nos encanta diferenciarnos de nuestros cercanos y que esa diferencia se haga notoria como señal inequívoca de autoafirmación. Es por esta circunstancia que nos jode un punto que los tipos de al lado tengan inciativas similares a las nuestras [que pueden ser hasta la forma de vestir, andar o gesticular]. Es por esta razón que el idividuo tiende a buscar complementarios para que no haya perturbaciones de relación ni roces que lleven a la ruptura. Y es que la singularidad se toma como marchamo con posibilidad de encanto, pues la actitud singular no admite comparación y, por tanto, puede ser medida en términos de asombro [para mal o para bien, que no importa]. Analizando hechos que conozco relativos a la circunstancia relatada, debo decir que es magnífico el poder literario que de ellos emana. Pienso ahora en la enconada competencia entre los curas poetas que conozco, no se toleran, no se tragan, no se soprotan [en lo poético, por supue