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Mostrando entradas de septiembre 16, 2007

"... aún no conoces años indiferentes".

En esta rueda de relecturas que he iniciado, me doy de frente con Miguel Suárez, un poeta que siempre olvido en el fondo de cualquier sitio y que termina apareciendo con esa “Perseverancia del desaparecido” que es marca en él. Miguel es un poeta extraño que me gusta mucho, un ejemplar difícil de encontrar ya en este tiempo de prisas y reprises. Se mueve de otra forma, camina en otro tiempo [que no tiene por qué ser pasado… ni tampoco futuro], habla de otras verdades y de otras intenciones… No sé, pero me encanta [“… Erguido tú / surgido de entre las sombras / silba que aún no conoces / años indiferentes.”]. La última vez que coincidí con Miguel Suárez fue en uno de esos encuentros moguereños que tan bien organiza Antonio Orihuela. Miguel aparecía y desaparecía como el Guadiana, siempre con una copa en la mano. La última imagen que tengo grabada de aquel encuentro es a Miguel recogiendo monedas de los colegas para poder pillar billete hasta Pucela… se había fundido todo lo que llevaba m

Busco divulgador escéptico.... pagaría bien.

A primera hora recibo paquetón del colega Hilario Jiménez Gómez con algunos de sus trabajos editados [enjundiosos a primera vista] y con un original que prometo mirar con ojos de atleta… Son parte del envío “Una grieta por donde entra la nieve” [antología realizada por el amigo Hilario sobre la obra del inefable Félix Grande], “Pablo Neruda. Un corazón que se desató en el viento” [magro volumen coordinado por mi amigo con un generoso número de aportaciones de interés], “Lorca y Alberti, dos poetas en un espejo (1924-1936)” [sesudo estudio con imágenes sorprendentes de los poetas guerreros] y “En un tirangulo de ausencias” [obra creativa de Hilario que leeré con detenimiento y con la mejor mirada poética que sé ponerle a mis amigos]. Mil gracias, chaval, por este material que me hará gastar horas con –como poco– sensación de provecho. A la vez, y de las manos del mismo cartero, recibo el nº 100 de la revista italiana ‘L’Ortica’, con sus hermosos contenidos de siempre en un cuaderno adm

La felicidad de los tristes.

[Pensando en mi amigo Diego F. M.] Decía don Gustavo Flaubert que la tristeza es un vicio, y tenía razón, sobre todo cuando se vive la tristeza como una estética llevada en los ojos. Yo conozco a demasiados ‘tristes’ [yo mismo ando esas trochas] y puedo aseverar que es un vicio peor que el del tabaco, aunque un vicio con alta consideración de belleza en nuestros cuerpos decadentes. A la tristeza se puede llegar desde el dolor físico o psíquico [es la más trágica, aunque no la menos bella], desde el justo desencanto [es la tristeza más común de la mediana edad y suele ir unida a una notable capacidad de raciocinio] o desde el planteamiento filosófico del trasunto eterno de los principios, los tránsitos y los finales. En el estado de tristeza, provenga de donde provenga, no se vive mal, pues es el territorio de los hermosos vencidos, un territorio en el que dejarse llevar sin entender más que la justa meta. Allí reina el hacer tranquilo [sin el estorbo del fracaso o del éxito], la armoní

Aventura casi metapoética...

“Mi amada es una rosa de marfil / y en ella encuentro yo más alegría / que en toda la febril filosofía / de mi azorada vida estudiantil. / Ningún libro que ponga yo en mi atril / se puede comparar a la poesía / de su triste mirar la lejanía / cuando llegan las lluvias en abril. / En vano gastaré mi juventud / si trato de buscar felicidad / en unos viejos textos en que nada, / ni siquiera las voces del Talmud, / se pueden comparar en majestad / al más leve suspiro de mi amada.” [‘Amor y la febril filosofía’ es un soneto de rechupete de C. M. Aguirre, un sonetote que pertenece a ese libro icono que lleva por título “La camarera del cine Doré”]. “Y fue mi pasión desmesurada tan patente / que de no cuidar mis gestos / y ocultar mi distinguida procedencia / me veré obligado a abandonar por tiempo indefinido // (qué pena cuando el amor no es / sino la continuación de una gran tristeza)” [‘Encuentro junto al piano’ es un poema clave –al menos para mí– del tristemente desaparecido Ricardo Fr

Javier Rioyo me trae a Gabriel Ferrater.

Leí hace unos días una hermosa entrada de Javier Rioyo, en su blog, sobre el poeta Gabriel Ferrater, y de la lectura me pasé a buscar sus libros en mi biblioteca. Gabriel fue para mí siempre un referente vital y literario hasta el punto de que, durante un largo espacio de tiempo, su libro ‘Les dones i els dies’ [con una traducción chusquera al castellano de mi mano infame –venida de escuchar a Lluis Llach y a Raimon–] fue alimento constante a la vez que abono y riego para mis poemas. Su bravo y genial erotismo poético, su vida y su muerte buscada, sus pensamientos sobre el tiempo y los hombres me aportaron clarividencia y ganas de escribir. Es más, creo que cuando arranqué con la escritura de ‘Paraísos del suicida’ mi intención primera nadaba en la cosa de hacer un libro dedicado por entero a Gabriel Ferrater, aunque luego todo acabó en un homenaje más amplio a los poetas suicidas. Junto a Gabriel Ferrater debo escribir también los nombres de Fonollosa [la luz de las tinieblas], Gins

La ventana de La Kika...

Cuando era un crío feliz de ocho o nueve años, vivía con mis padres en una vieja casona de la Puerta de Ávila bejarana [Puerta Lavilla] junto a cinco familias reunidas en torno a un corralón con parra. Entre los vecinos había un matrimonio de ancianitos, La Kika y El Moreno, que mantenían una hermosa relación con mis padres, ya que mi madre les echaba una mano con la comida, con las compras e incluso con la enfermedad. La Kika, que era muy bajita y lucía una corta melena plateada, solía pasar muchos ratos en mi casa, charlando con mi madre, mientras El Moreno andaba en sus labores de recoger leña con un burro y venderla por ahí. Un día de anotar, mi padre se presentó con un hermoso televisor Telefunken junto a don Alfonso del Amo [al que llamábamos ‘El Máquinas’], que hizo una complicada instalación de la antena necesaria para recibir la señal de voz e imagen. Con la tele instalada, la casa tomó un puntito de modernidad que se rizaba en un contraste casi afroamericano. El caso es que,