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Mostrando entradas de noviembre 19, 2006

Jaime Gil de Biedma

(imagen del colega Victorino G.... gracias, hermano). Calidez y buen rollito es lo que he encontrado en mis dos actividades salmantinas, la presentación del libro de Mamen Somar y la conferencia entre comillas para el equipo de investigación de la Universidad de Salamanca que coordinan Germán Labrador y Fabio R. de la Flor... Buen rollo de verdad y un ratito delicioso con Abraham Gragera –mi niño maestro–, con el impecable Raúl Vacas, con el espíritu más perdulario y hermoso de Fernando R. de la Flor, con Victorino –la imagen viva del entusiasmo y la rabia–, con Jesús Portal y sus gloriosos espacios vacíos, con Amelia Gamoneda y consorte –unos cielos–, con Germán y Fabio –potentes siempre en la expersión y delicadísimos en las formas–... y tantos otros colegas que me hacen importante por su mirada y su afecto... Os quiero a todos, coño... os quiero.

Ángel Crespo

Hoy hace la hostia de años que la vida le dio finiquito al General, y, por fin, me olvidé de salir de casa con mi pajarita roja en el cuello –como he venido haciendo cada año desde que finó el asesino–. Sí que he tenido un recuerdo para mi abuelo Felipe, para sus tres rosas de sangre en el pecho, para la terrible soledad que dejó en casa, para mi abuela Antonia y para mi madre. Todo pasa, hasta las pajaritas de alegre luto. Y me da la sensación de que me voy reconciliando un poquito con el pasado en la medida en que entro en conflicto con el presente. Olvidé mi pajarita, abuelo, pero nunca se irá de mi cabeza tu recuerdo inventado hecho de un par de antiguas fotografías, tu chaleco de asesinado –que guarda mi madre como un tesoro en su armario– y todas las historias sobre ti que me contaron abuela y mamá. Soy para intentar serte, abuelo.

Javier Lostalé

Todo el día encerrado con la escritura, con la tinta china, con los pinceles y con la música... ¡Hay esperanza! Empecé a escribir a primera hora de la mañana y el chorro duró justo hasta la hora de comer... y era tan fácil... que he rematado cuatro poemas que andaban en el dique seco pidiendo árnica. Por la tarde, después de un cafetín con charleta, me agarré a la tinta china y he andado engolfado en un dibujo unas cuantas horas, ilusionado como hacía meses con una imagen deliciosa, hasta que llegó Richar de Zamora con mi nueva guitarra y, hala, a darle a las cuerdas y a buscar los sonidos que ya tenía medio olvidados... hasta me marqué un «Fuego en el agua» molón y castizo, eso después de recuperar el ritmo de «Sublime ilusión» y de apuntar un poquito las canciones que andaba currándome en el verano de un par de poemas que escribí para ser cantados. El aparato es extraordinario, ayuda y tapa defectos. Acabo de dejarla hace unos minutos apoyada en la pared después de intentar –gozando