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Mostrando entradas de agosto 3, 2008

“¿Qué letra le va mejor a la poesía?”

Justo cuando Eterio Ortega [que estaba cenando en la nueva terraza PdT junto a Juan Antonio Pérez Millán, la concejalota Blanquita y un tipo con barba negra recortada] me preguntó “¿qué letra le va mejor a la poesía?”, fue cuando caí en la cuenta de que hablábamos idiomas distintos. Yo tiré por el camino de la sonoridad [casi sin pensar le contesté que la erre… y, como mucho, la ese], mientras él me preguntaba por la estética tipográfica [yo andaba en la música y él en la visualización estética]. No pareció importante el corto cruce de palabras, pero a mí me dejó toda la jodida noche pensando en la vaciedad del sonido [mi vaciedad] y en la tonta razón de la estética tipográfica sobre el papel [su sinrazón]. Dio Eterio con su flecha justo en la mancha nibelunga de mi espalda, pues llevo meses debatiéndome en armarme una nueva estética en la que la ‘sonoridad’ juega conmigo con mucha más fuerza que la ‘verdad’ presentada con ‘facilidad’ [que siempre fue mi norte de acción poética]. Su “¿

Son días de cera con mujeres de cera.

Son días de cera con mujeres de cera que se filtran entre las sombras de los árboles y enrojecen al abrazarlas con cierta intención culinaria. Ya no hay amas de cría, pero abundan como nunca las pupilas y los pechos como ojos abiertos y asombrados… y adentro los pulmones y las venas, y adentro el que bombea feromonas y se queja por exceso de curro, y adentro la laguna donde el orín se remansa buscando ser chorro en un instante. Las mujeres de cera se muestran transparentes y sus tangas prometen un crepúsculo en el que hacerse puente de carne y espesura… también tienen umbral para los transeúntes que sienten el bocado de su ictericia falsa hecha de sol y cremas. De noche no vigilan sino a quienes las rodean con los ojos mientras sus piernas cuelgan de largos taburetes y chasquean con sus clítoris canciones de sirenas algo afónicas. A veces son escote donde oficiar un rito y otras veces bragueta que espera la comparsa de unas manos y otras veces casulla donde esconder la llaga y otras ve

Mi pueblo, Béjar, es absolutamente delicioso.

Anda el ambiente caldeado en el lugar durante este agosto de cinturas y mondongos. Ayer, mientras se desarrollaba la lectura poética que realice junto a mis colegas bejaranos y mediobejaranos Antonio G. Turrión, Antonio S. Zamarreño y Mercedes Marcos [invitados todos por la deliciosa agrupación vecinal Muralla de La Antigua] unos zorolos [los de siempre] se liaron a hostias en el fondo, junto al chiringuito que ha montado la agrupación… y a la una de la madrugada, otra vez hostias con similares protagonistas en la terraza PdT [esta vez le tocó recibir algo a mi You por meterse a apaciguar]. El personal anda de los nervios… vamos, que entre botellones, supuestas agresiones, intentos de linchamiento, peleas, sacos con huesos y otras mil miserias, este pueblo mío aparece en todos los papeles justo por lo que no ha sido nunca, un pueblo violento y acre [habrá que agradecérselo a los responsables individuales y a la jodida prensa amarilla que se hace eco de las peleas y no de los hermosos

Haciendo mis pinitos en las artes decorativas.

Tres días perdido en la hermosura caliente de la Sierra de Francia montando obra propia para decorar las habitaciones de un hotel lujoso y coqueto en San Martín del Castañar, y todo gracias a que mi buen amigo Josetxo Lami se enamoró de mi trabajo ‘Mira cómo te miro’ y le encontró una salida decorativa que es muy de mi agrado [no voy a contar lo putas que las he pasado para colocar la obra sobre las paredes recién pintadas, ni tampoco los juramentos que les he dedicado a los fabricantes de adhesivos rápidos]. El caso es que he pasado tres días de auténticas prisas, de agotamiento y de excitación, pues el trabajo debía realizarse con la zorola urgencia de inaugurar el hotel el próximo viernes. Al placer de colocar mi ojo derecho sobre cada una de las cabeceras de las camas se sumó el encontrarme de sopetón con Fernandito R. De la Flor y su hermosura de señora sentaditos en la plaza mayor de San Martín [donde tienen una casona que comparte el apellido de palacio con el de tesoro]… y con

Popa Chubby.

Estoy absolutamente grogui, pero divinamente feliz. Acabó el festival de blues de Castilla y León [Blues Béjar] y ni los alucinógenos ni el alcohol han podido distraerme ni un minutito de lo que ha pasado este año en la Plaza de Toros de El Castañar. Michael Roach y Johnny Mars enormes junto a su big band blues [destaco a su saxofonista y al tipo de la perilla que acariciaba el órgano Hammond de última generación], pletóricos en temas tradicionales más cajún, divinos cuando rozaban el country y absolutamente maravillosos cuando versionaron al mejor Miles Davis de St. Louis… de rechupete estos pericos. Gail Muldrow me resultó algo más dura de escuchar [todo venía de la comparación con sus compañeros de escenario, claro], pero no puedo negar su calidad bluesera y la entrega al público con su guitarra en la mano. Fue un descanso escucharla sentado en las barreras de la plaza de toros, con los ojos cerrados a veces y sahumando mis cigarritos recién liados. Y llegó el huracán esperado, Popa