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Siempre me equivoco como me apetece.

No sé con qué intención –aunque la imagino– un tal señor Gadea define como «(casi) hagiográfico» un entresacado de este diario en el que hablo del colega Paco Montero... ni me importa demasiado, la verdad sea dicha. A su amor –al de ese entresacado– sí que me apetece indicar que con ese texto tenía muy claro que apoyaba a un amigo que lo necesitaba en ese momento –no voy a ocultar que Paco anda de capa caída a causa de ataques y comentarios generalmente anónimos que ponen una jodida sombra de duda sobre su persona en los últimos meses y anda valorando la posibilidad de mandar sus proyectos bejaranos a la mierda–. Y no quiero ir más allá porque no me apetece. Francisco Montero es mi amigo –«mi amigo»– y me tiene para lo que precise, para animarle, para discutirle, para reprenderle, para defenderle y para apoyarle... e incluso para hacerle una completa hagiografía, claro, cómo no, faltaría más, que yo siempre he hecho hagiografía de mis mejores amigos.
Cuando otros miran y vocean lo malo y sólo lo malo (o lo que ellos consideran malo, que en estos asuntos nunca hay verdades absolutas), es una estupenda salida el contar todo lo bueno de un colega (o lo que algunos consideramos bueno, que en estos asuntos –itero– nunca hay verdades absolutas) para que el ojo lector saque sus conclusiones por contraste.
El resumen es un corto y cierro con saludo de ánimo a Paquito.
El señor Gadea continuará... supongo. Que se divierta.
[Anoto que no incluiré en esta página comentario alguno del color, sabor u olor que sea... no me apetece].

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