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Me da la sensación de que la delicadeza es autodestructiva.

Una inminente exposición en Madrid del colega Manuel García Blázquez me lo ha traído de pronto como caído de ese otro tiempo salesiano [expone en la galería Zúccaro, de la calle Hermosilla, desde el día 19 de febrero hasta el 10 de marzo]. Mi trabajo de impresor ha hecho la magia, pues ha tenido el detalle de encargarme el folleto para esa muestra.
Mi reencuentro ha sido fugaz, lo justo para realizar su encargo mientras yo le daba seguridad en el resultado y Manolo dejaba asomar su tranquila timidez y su pausa de corte romántico.
Hoy le acerqué el resultado de mi trabajo hasta su casa de El Castañar, una delicia de lugar que transporta a otro tiempo y a otra sensibilidad que me gustan [recordé entonces que hace tiempo envidiaba su gesto de llevar un botón antiquísimo sobre la solapa]. La visita fue breve porque Manuel es muy amable, pero emana distancia.
Al llegar a mi estudio examiné las láminas de sus cuadros con tranquilidad y me sugirieron poemas de Pessoa y canciones de Caetano Veloso, eso y cierta sensación de paz decadente que me encanta.
Sé que va a vender, porque su obra está bien trabada y domina la técnica con verdadera maestría.
Tengo que acercarme a Manuel para que me enseñe sus trabajos de cerca, que me apetece de verdad.
Suerte, hermano.

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