Ir al contenido principal

Nautilus belauensis.



El viejito, que tiene el cuerpo enroscado como un nautilus belauensis, como traído hacia sí mismo, ya perdió la cabeza hace unos años, pero no era notorio, pues caminaba tranquilo con su bastón tres o cuatro metros detrás de su esposa y no le dirigía a nadie la palabra. Fue hace unas semanas cuando empezó el escándalo de su siroco senil y hasta hoy no ha parado.
Yo lo supe porque hace unos días que me paró en la calle, justo al lado de la puerta de mi imprenta, y me exigió a voces que le entregara una bolsa de cemento blanco. Le expliqué con paciencia que podría darle papel o cualquier otro material de imprenta, pero que cemento no tenía. Él insistió muy airado, blandiendo su bastón amenazante y gritándome que no tenía caridad, que yo era millonario y tenía mi almacén lleno de cemento blanco, que le diera una bolsa llena o que se liaba a garrotazos conmigo. Intenté calmarle, pero cada una de mis palabras multiplicaba su ira y hacía que sus movimientos tomaran velocidad y fuerza. Me deshice de él como pude, entré en la imprenta y cerré la puerta. El viejito estuvo como un cuarto de hora dando golpes hasta que tomó el relevo con un tipo que iba a guardar el coche en la cochera de enfrente.
Hace dos días, bajo un auténtico diluvio, apareció por el centro de la calle cargado con un hatillo de tablas, unas barras viejas de hierro y un carrito de la compra oxidado. Venía absolutamente calado y le dije que se metiera en un portal a esperar que parase el aguacero. Me miró fijamente y me urgió a que le diera una bolsa de cemento blanco, y yo volví a explicarle con mucha paciencia que no tenía cemento. Me amenazó soltando todos los materiales que llevaba en la mano justo al lado de la puerta de la cochera que hay enfrente de mi taller, con tan mala suerte que, mientras discutía conmigo, apareció un tipo que quería sacar su coche de aquella cochera y, sin preguntar, lanzó de una patada las tablas y los hierros al centro de la calle. El viejito me dejó inmediatamente y corrió hacia la cochera diciendo: “ahora verás, ahora verás…”. Se desabrochó la bragueta, sacó su miembro y se dispuso a orinar sobre la puerta, pero de pronto comenzó a granizar con mucha fuerza… y el viejito dijo: “te vas a enterar, coño, y encima esto…”. Cruzó la calle con su miembro en la mano y se guareció en la cochera de enfrente, que tiene su puerta de madera bajo un quicio de piedra, y allí depositó una meada larga y casi artística mientras gritaba: “¿No me dais cemento blanco?, pues yo os doy meada…”. Me asomé para intentar calmarle y me miró girando su cabeza y diciendo: “Perdone, señor, es que no me dan cemento blanco”.
Ayer volvió mientras estaba con mi amigo José María en el interior de la imprenta y se pasó un ratito golpeando en la puerta y diciendo “¡señor, señor, señor!”. Luego lo vi en el hotel que hay encima de mi empresa exigiendo a los empleados con su bastón en alto que le dieran cemento.
Ahora mismo está llamando a mi puerta de nuevo… lleva ya como veinticinco minutos haciéndolo mientras grita: “¡Señor, señor, señor!, ¿me da cemento blanco?”.
Es fea la vejez y es humillante, y es cabrona porque vacía al hombre y lo hace ruina. Y yo no quiero estar así nunca, jamás.
No quiero, no me gusta la brasa sin la llama.
•••


Siempre me siento mal después del no reaccionar ante la voz de un hombre, aun a pesar de que sé que mi reacción solo complicaría las cosas [no hacerle caso a viejito termina dejándole calmado, y hacérselo le irrita y le pone frenético], pero yo me siento mal, hasta inhumano.
Cuando el hombre dejó de dar porrazos en mi puerta, pillé con hambre el ejemplar de “Entre una sombra y otra”, de Basilio Sánchez, que ayer me regaló José María, y me lo devoré con entusiasmo mientras descubría a un poeta magnífico y atinado, serio y capaz. Magnífico me pareció ‘Hay un hombre en l [[a orilla’ [“… Hay un hombre en la orilla / susurrando palabras / que no alcanzan apenas el borde de sus labios…”] o ‘Las horas sencillas’ [“… Es un hombre sencillo, me confiesa, / jamás sintió la necesidad de escribir nada.”] o ‘Sin memoria’ [“… Una a una, / parece que las sombras las ponemos nosotros.”]. Mil gracias, José María, por el estupendo descubrimiento y por la buena mañana que me has regalado. A veces pienso que vivir en esta oscura esquinita del mundo hace que me pierda demasiadas cosas buenas, pero siempre hay colegas como J. M. que me procuran espacios deliciosos don arder y en los que contenerme para seguir aquí, sin apenas buscar más que en mi cabeza y en mis impulsos.
Recomiendo encarecidamente la lectura de Basilio Sánchez.

MIRA CÓMO TE MIRO III*
[serie dedicada a Alberto Hernández]

*TRABAJO REALIZADO CON AGUADAS DE TINTA CHINA SOBRE PAPEL, PAPEL PRENSA, IMPRESIONES DIGITALES, DIBUJOS A TINTA CHINA Y CARBONCILLO, MI MANO Y LA CÁMARA DE MI IMAC.































Comentarios

  1. Tu ojo camuflado que todo lo ve es alucinante. Algunas fotos espeluznantes.
    Yo tampoco quiero llegar demente a la vejez (mi madre está entrando, (nada más que entrando) en Alzheimer y ya me espanta. Ahora mismo está aquí conmigo y le he enseñado las fotos y tu entrada de ayer, y me ha dicho que ella también quiere aportar su grano de arena para tu proyecto. Así es que cuenta con ello de su parte. Dentro de poco quizás no lo recuerde, pero yo lo recordaré por ella.
    Sin embargo, tengo un vecino feliz con 92 años, a quien te puedes pasar horas escuchando, con buenas piernas, que le llevan a sus buenas caminatas diarias, y que es la alegría de su única hija y de sus 3 nietos. Esa vejez la quiero para mí. La otra, la cabrona, la que te hace indigno, la humillante,
    habría que acabar con ella de una vez por todas. Todos deberíamos poder elegir tranquilamente el momento de nuestro punto final.
    Sabiéndolo, yo viviría más feliz lo que me quede por vivir. ¿Por qué algo tan simple ha de ser tan complicado?!

    ResponderEliminar
  2. Graciasmirónsiguemirandoparaquesigamosviendo

    hernández, alberto.

    ResponderEliminar
  3. Si mi vecina llegase a ver esta serie, le daría un soponcio! ella, que se pasa el día pegada a la mirilla de la puerta...
    Mañana los imprimo y le mando un anónimo...(jijiiji)

    Cómo molas!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj