El domador tenía un perro escuálido y dispuesto siempre a cualquier orden, porque tras la orden siempre estaba el alimento. El bicho se movía sin estrépito por la casa, casi como una sombra, pues en su entendimiento estaba bien grabado que su mejor estado era el de transparencia. Solo asomaba por los salones si sonaba el silbido del domador o cuando daba una cabezada después de las comidas, momento que el escuálido transparente aprovechaba para hacerse con las migajas que se esparcían por el suelo. Era un brittany mezclado con un pointer y parecía alegre de carácter a pesar de los palos, venía de una vieja familia saltimbanqui a la que el domador dejó tirada en la calle por no sé qué desavenencias... se quedó con su vieja caravana y con el brittany, que ya estaba avezado en mil piruetas para rascar bolsillos por los pueblos en los que la familia hacía sus puestas en escena callejeras para ganarse el día.
Una tarde de calor insoportable llegó el domador con un brazo rasguñado por una leona joven que no había aprendido aún las pautas y no reconocía su mandato... la molió a palos y la dejó tirada entre las pajas y las heces de su jaula, herida sabiamente para que sintiera un dolor agudo, pero para que se repusiera en unos días. Silbó con más potencia que otras veces y el brittany se puso frente a él con gesto atento. El domador miró su brazo herido y, sin más, se puso a patear al perro hasta dejarlo hecho un amasijo de carne sobre suelo... el bicho aún latía cuando pisó su cabeza lleno de ira.
Se fue a lavar al baño y gritó reclamando bebida fresca urgente.
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